Recopilación y Prefacio por Ernesto Adduci
Prefacio | Los Relatos
RITUAL
Abel Guier
Músico
Mi primer viaje fue a Colombia en 1975
Un viejo avión parqueado en lo que podría parecer un hangar despertó mi atención.   Llevaba tantas horas en ese lugar, que me resultó extraño no haberme hecho las clásicas preguntas que solo brotan en breves instantes de desconexión de lo superfluo.  "¿Cuántas horas vuelo? ¿Cuántos kilómetros?  ¿Cuántas alegrías se generaron tras un reencuentro entre dos? ¿Cuántas anécdotas y cuántas historias?  Amor, negocios, política, salud, intrigas, familia, amistad...  Se me vienen tantas palabras a la mente con solo ver un avión.  Tantas situaciones, mundos paralelos, cabezas que son un mundo y mundos que están de cabeza..."

El movimiento y el bullicio de la gente alrededor me sacó.  Me conozco y posiblemente mientras mayor sea la prisa y la urgencia de las tareas por resolver,   mayor será el letargo y la modorra.  Debe ser un mecanismo de defensa ante las responsabilidades, aunque a veces cuando me siento más aventurero me atrevo a pensar que simplemente me encantan los retos.  Siempre estar contra la pared, sacando agua del bote, ganándole tiempo al tiempo.  El tiempo, maldito tiempo, mi mayor enemigo.  Él y su constante carrera nos está matando a todos.   Una mano en el hombro me asustó, seguramente pensé que era el tiempo con su filosa guillotina.  Pero no,  era solo un amable salonero recogiendo sillas.

-¡Buen chivo!- me dijo sonriendo.   -Ustedes están volando...- agregó.

Esos eran los tiempos del despegue y la eterna capacidad de asombro.  Una felicitación por un buen concierto significaba una persona nueva que había escuchado nuestra música, la música de los cuatro.    De este viaje llamado Gandhi.  Sí, Gandhi, como el gran líder de paz de La India.  Era la época en que teníamos que explicar varias veces porque un grupo de rock de Costa Rica se llamaba así.   Luego de varios años de estar rondando en la escena musical subterránea o como se le llamaba en esos tiempos, "under";  los medios de prensa y difusión empezaban a notar que había una nueva generación que estaba llamando la atención de la gente joven.  No existían redes sociales para medir "likes" ni YouTube para el conteo de "views".  Solo existían bares, teatros, universidades y colegios abarrotados de gente que se enteraba de los "chivos" porque alguien vio un afiche pegado en un poste de luz por la Calle de la Amargura.

Esa noche celebrábamos el aniversario de una radio que apoyó la emergente escena de la música rock nacional de finales de los noventas.  Una nueva oleada de grupos como Índigo, Bruno Porter, El Parque, Evolución y Gandhi, entre otros,  sonaban fuertemente en emisoras como Universal, Radio U, Radio Uno y Radio Paladín.  Esta última, festejaba esa noche su cumpleaños rodeada de amigos, músicos y oyentes en el afamado club de entretenimiento para adultos Tango India (poco antes de convertirse en el afamado club de entretenimiento para adultos).

El Convair 240, reposando sus alas en retiro obligatorio dentro de un club llamado Tango India (código aeronáutico internacional que significa Costa Rica) me hizo recordar abruptamente que tenía que abordar otro avión en un par de horas.  Corrección:  tenía que hacer acto de  presencia en el aeropuerto en un par de horas.  Obviamente, no había preparado las maletas, no había recogido mi equipo en tarima y por supuesto descansar no iba a ser una opción.  Pero la motivación estaba al tope, me iba con mis  amigos para México D.F., Taxco y Acapulco a celebrar la graduación de la carrera universitaria en Administración de Empresas con énfasis en Mercadeo.  Y regresando a Costa Rica, dos días después sería el famoso Rock Fest ’97, organizado y creado por Ernesto Adduci y cubierto por la cadena MTV.  Eran épocas de duda, de interrogantes y de importantes decisiones por tomar.  Una carrera en la música era arriesgado, pero era lo que siempre había soñado, desde una mañana de navidad de 1981 cuando puse en el tornamesa mi primer disco de vinil:  Kiss  “Dinasty”.  Esa fue la primer señal.  La última gran señal fue presentar mi tesis de licenciatura el mismo día que finalmente salió nuestro disco debut "En el Jardín del Corazón" en un lanzamiento de gala a teatro lleno el 9 de mayo en el  Melico Salazar.  La suerte ya estaba echada…

Que curioso...  Solo hay dos situaciones que tengo muy asociadas con despertarse de madrugada a oscuras, abrir los ojos como un demente tras el sonido insistente de una alarma tipo "simulacro de guerra", correr como un desquiciado hacia la ducha, salir mal desayunado de casa y en la mayoría de los casos percatarse de camino que dejé olvidado algo de vital importancia.  Lo curioso es que las sensaciones son angularmente opuestas. La primera y más rutinaria de las situaciones fue durante mis años de adolescencia.  Vivir a 30 kilómetros de mi centro educativo no era una motivación fuerte para despertar fresco y deseoso de sistemático conocimiento y dura disciplina.  La segunda situación, por otro lado, siempre me ha hecho sonreír:  viajar.

Aeropuertos grandes, medianos y pequeños,  pagos tributarios de ultima hora, sobrepeso en las maletas, ropa sucia a través del minucioso escrutinio aduanero, migración pasada de tosca y grosera, pérdidas cuantiosas en los cambios de moneda, precios abusivos de la comida chatarra,  salas de espera con cuerpos ocupando tres o cuatro asientos, olas de estornudos en áreas pequeñas y cerradas y baños atestados de gente haciendo el "wash'n wear", es solo una pequeña muestra del catálogo habitual del viajante. 

Luego vienen los rituales, los agüizotes y los amuletos de la suerte.  Nunca he sido supersticioso.  Pero un poquito de creyencero como método preventivo ante catástrofes no hace tanto daño.  No recuerdo como nació este ritual.  Seguramente fue un acto curioso de niño, no lo puedo precisar.  Desde que tengo memoria, cuando atravieso la puerta de un avión después de pasar por el túnel, le doy un par de golpes por fuera con el nudillo de la mano como si estuviera tocando la puerta de una casa.   Son solo dos golpecitos como diciendo “upe, hola”  pero en realidad lo percibo más como el darle una palmadita en la espalda y desearle “suerte y buen viaje” al enorme aparato volador.  Una especie de comunicación oculta que tenemos entre ambos, talvez solo él y yo lo entenderíamos.   No creo que el piloto sepa de estas cosas, él está más preocupado por altitud, velocidad y comunicación con la torre de control.  Mientras el avión y yo estamos en lo que realmente importa.  No espero agradecimientos de la tripulación, no tienen porque saber que un aterrizaje bien logrado o que un vuelo sin turbulencias fuertes tenga relación alguna con mi ritual.  Guardaré ese secreto entre el avión y yo. 

Pero todo queda atrás después del despegue.  La adrenalina generada al percatarse que vamos amarrados al metal dentro de una jaula mecánica a velocidades extremas que nos separan del suelo y nos alzan hasta llegar a alturas inimaginables es muy difícil de pasar desapercibido.  No logro acostumbrarme y aflojar el nudo del despegue.  Si viajo solo disimulo o al menos eso intento aferrándome al asiento, si viajo con un amigo hago chistes tontos como ruta de escape y negación al momento incómodo que estoy viviendo y si viajo con mi novia aprieto fuerte sus manos, porque es lo que corresponde que debe hacer un novio protector hasta que se desenmascaren mis nervios por el sudor frío delator.  Si viajara todos los días y presumiera diciendo que no siento nada sería porque ya no estoy vivo.  Esa sensación de ansiedad poco a poco se diluye en paz.  Lo acepto, me gusta viajar "en ventana".  Si se pudiera abrir el grueso vidrio iría como un perrillo asomando sus largas orejas.  Olfateando las nubes, aullando al cielo y sacando la lengua, curioso ante la maravilla de obra que reposa en aquello ahora tan pequeño que llamamos tierra.  Casi toda mi vida he vivido a menos de un kilometro del aeropuerto.  Me he acostumbrado al ruido de los aviones  y desde que tengo memoria los he visto pasar sobre mi jardín. Desde abajo me imagino las historias que van abordo.  Pero desde arriba, sobrevolando Río Segundo de Alajuela, puedo ver mi casa como una maqueta de arquitecto, el vecindario que se expande hacia lo lejos y sus calles como ríos de agua gris y me pregunto lo mismo  ¿Cuántas historias?  Este planeta es un gran avión en movimiento y todos somos pasajeros… 

El viaje a través del tiempo siempre me ha llamado la atención, todo es tan relativo.  La ventaja de viajar hacia el oeste es que me puedo burlar del tiempo, bailarlo, esquivar su aguda persecución.  A pesar de ser un vuelo tan largo, puedo recuperar unas horas volando contra el sol.  Lo malo es que al regreso mi enemigo se desquita con creces.  De vuelta hacia el este, un viaje de aproximadamente diez horas se transforma en casi un día entero perdido.  Esto sumado al deterioro físico y al famoso jet lag.  Mi absurda recomendación sería viajar en dirección occidental sin detenerse ni para agarrar impulso.

Hace un año viajé a China con Gandhi.  Nos invitaron a tocar en un par de festivales artísticos en Beijing. El trayecto desde Seattle hace una curva hacia el norte pasando muy cerca del Polo  ¡Que espectáculo!  Desde arriba el sol nunca se metió.  El lienzo pintado de nieve con colores infinitos parecía derretirse en cromatismos sutiles e intensos a la vez.  No podía creer que hubiera gente durmiendo con la cortina cerrada o viendo una película rápida y furiosa.  Por un momento pensé en agarrar el micrófono de la azafata y de un grito levantar a los empastillados.  Pero no, no señor, mi egoísmo me detuvo.  Esto es mío y me perdí.   Me fui muy lejos donde se hace curva la tierra y se agotan las fronteras...  Y me fui...

“¿Cómo nos podríamos abstraer del todo si no existiera la nada?
¿Cómo podríamos explicar  la grandiosa inmensidad de la nada sin comprender la aplastante "diminutez" del todo?
Una extraña fuerza invadió mi cráneo, subió desde la columna escalando por mis vértebras.  Cada poro de mi piel se estremeció y me erizó las plumas como a un gallo de pelea.

Gran placer da la sensación etérea de perder la mirada atravesando la materia que nos rodea mientras nos hundimos en pensamientos incoherentes, intangibles y amorfos.  No me refiero a los pensamientos cotidianos que nos distraen constantemente, como las preocupaciones diarias, las cuentas, los proyectos, las discusiones mentales o la eterna lucha entre hemisferios diestros y siniestros.

¿Qué será lo que sucede adentro?
Cuando los números se desvanecen, cuando las formas se entorpecen, cuando los ángulos cuadrados se redondean y los círculos se aplastan formando rectas, cuando los proyectos se hacen sueños y no hay correcto e incorrecto...

¿Qué será lo que sucede adentro?
¿Será tan sólo un breve instante o serán milenios?
¿Serán batallas mano a mano entre hemisferios?
¿Será el izquierdo golpeando duro al más derecho?
¿Será que empuja y ve caer a su compañero?

Pues si es así, que sea muy alto el desfiladero...
Que tarde un rato, su majestad, la reina, en retomar su puesto.
Que tarde un rato, su majestad, consciencia y su aburrido reino.”

 

No me considero un viajero compulsivo, definitivamente me gustaría viajar más seguido.  Pero viajar es caro, por eso me doy golpes de pecho por mi trabajo.  Se torna difícil llamarle trabajo a algo tan lindo como la música.  Pero lo es, por eso es tan importante escoger bien la forma en que uno quiere ganarse la vida.  Me permito autocorregirme, la música no es un trabajo.  La música es para escucharla, para sentirla, para compartirla o dejársela dentro, es arte y expresión, es entretenimiento pero también es un canal para la paz y la rebelión, para el conocimiento y la interiorización y exteriorización de sentimientos como seres sociales que somos.  Es un medio para ayudar personas y en especial para ayudarse a sí mismo.  La música no es un trabajo, pero se puede trabajar con la música.  A mi hija de seis años le preguntaron en la escuela por el trabajo de su papá.  A mucha honra ella respondió con plena autoridad:

-Mi papá trabaja en Rock ‘n Roll.

Si ella lo dice es porque así es y punto.  Porque en realidad es culpa del trabajo si su papá llega tarde a la casa un sábado por la noche o está cansado para hacer pancakes un domingo a las 7am.  El mismo trabajo que ayuda a pagar su escuela y su comidita.  A raíz de esa respuesta terminé dando una pequeña charla/recital en su aula para ella, la maestra y sus compañeritos de clase.  Fue una gran audiencia, cargada de ojitos curiosos y oídos atentos retando mi capacidad de asombro contra la de ellos.

Nunca he entendido cuando la gente se queja por un viaje laboral.  Yo me pregunto si en realidad se está quejando del viaje o de su trabajo.  Porque si uno ama lo que hace en su país, en su provincia o en su propia casa, no veo porque no va a disfrutar llevarlo afuera. Y cuando hablo de afuera, no necesariamente estoy pensando en vuelos en primera clase o cruceros navegando mares.  Me refiero también a agarrar un bus y desplazar su cuerpo de un lugar a otro para hacer lo mismo que rutinariamente hace a diario. Uno como persona no debería ser catalogado por su trabajo, pero si por la forma en que lo desempeña y la actitud con la que enfrenta el día a día.  En muchos casos las oportunidades son escasas, pero a aquel que no es feliz haciendo lo suyo debería de cuestionarse y replantearse si va por la ruta correcta o si se dejó desviar en el camino.

Hay otros tipos de viaje, por supuesto, el turismo recreativo y cultural es fascinante.   He tenido la dicha de conocer maravillosos museos y parques en Lyon, Francia y la Vieja Lisboa en Portugal, o el filo de un acantilado en el punto más occidental de Europa.  He ido a ver conciertos en Estados Unidos, Canadá y México de bandas que admiro mucho como Rush, Muse, Iron Maiden, Roger Waters, Motley Crue, Porcupine Tree, Foo Fighters, Deep Purple, Megadeth y Korn, entre otros.  He intentado esquiar en las cumbres de Lake Tahoe y Colorado, he atravesado en bus Centroamérica, desde el Lago de Managua hasta las pirámides de Tikal.  He recorrido Venice Beach y me topé con sus personajes, algunos más pintorescos que los que he podido saludar en el mundo mágico de Disney en Orlando.  Me falta tanto por conocer; mi próximo destino ya está en la mira de mi futura esposa y yo: el arte, la historia y las bellezas de La Habana, Cuba.

La música es mágica, me transporta emocionalmente a sitios nunca antes explorados, pero también me ha llevado en cuerpo, carne y hueso a lugares que nunca hubiera imaginado conocer, como la Gran Muralla China donde tantos guerreros dieron su vida protegiendo su imperio.  He caminado por los fríos campos de ovejas en el norte de Inglaterra entre castillos de piedra extraídos virtualmente de un libro de Tolkien.  He alucinado frente al Lago de Atitlán y sus volcanes imponentes.  Y he subido al punto más alto de las pirámides de Teotihuacán donde literalmente se siente la energía acumulada de una antigua civilización enterrada. 

 

Quisiera mencionar algunos datos curiosos de mis viajes con Gandhi:

Grabamos en Hollywood en el estudio de Matt Sorum, ex baterista de Guns n Roses, The Cult y Velvet Revolver.  Y el grabó percusión con nosotros.

Tocamos invitados por Sabo Romo (bajista de Caifanes) en un tributo a Pink Floyd en el Hard Rock Live de México D.F.

Fuimos a tocar a Miami para una fiesta privada de DHL Latinoamérica con Kurt Dyer.  Tocamos covers, algo que normalmente no hacemos en Costa Rica.  Luego nos presentamos en el club más viejo de todo Miami con nuestro repertorio habitual.  En ese viaje gasté todo lo que me había ganado tocando en la cuenta telefónica del hotel.   Casi me muero cuando me dieron la factura.  Una completa estupidez.

En Guatemala, la primera vez que tocamos en un festival de rock, cuando nos presentaron como un grupo de Costa Rica, no fuimos muy bien recibidos.  Mientras subíamos a la tarima nos abucheaban pero desde la primer pieza nos ganamos a la gente y al final lo recuerdo como uno de los mejores conciertos que hemos dado.  

En otra gira íbamos a tocar en un Festival llamado Pana Rock en Panajachel y la electricidad se fue y nunca volvió.  La gente enloqueció porque muchos venían de muy lejos.  La situación se tornó violenta y los promotores de la casa disquera BMG y la seguridad del evento nos obligó a regresar al hotel.  La tarima fue destruida pero los instrumentos se pudieron rescatar.  Al día siguiente lo reprogramaron gratis frente al Lago Atitlán y todo estuvo espectacular.

En Atlanta fuimos invitados para participar en un Festival de Derechos Humanos que denunciaba el trasiego de humanos.  Por alguna confusión, nos entrevistó para CNN en vivo por la vía telefónica el periodista Jorge Gestoso.  Nunca le hicieron saber que nosotros éramos un grupo musical y a pesar de que nos preparamos sobre ese tema tan delicado, no éramos precisamente los expertos en el tema con los que él creía que estaba hablando.  Fue una situación sumamente incómoda y embarazosa, al aire para todo E.U.A.  y América Latina.

En Manchester tocamos en un bar de bikers con bartenders topless.  El público era un poco espeso y unos neo-nazis pusieron en la rockola justo antes de que tocáramos una canción que recitaba algo así como “odio a los latinos, maten a los latinos”.  Al principio nos gritaban que cantáramos en inglés pero al final nos echamos la gente a la bolsa con una versión de Whole Lotta Love de Led Zeppelin.  Terminamos comiendo burritos en el mismo bar con varios de ellos y durmiendo bajo la mesa de pool.

Benjamin Ruth, el promotor de la gira de Lancaster, manejaba una mini van que en vez de usar gasolina funcionaba con aceite vegetal.  Todo el camino íbamos oliendo a papas fritas y fritangas.

En Beijing se canceló nuestra primer presentación minutos antes de tocar porque se vino una tormenta de lluvia ácida.  Caos al mejor estilo de película tipo Godzilla contra Ultra 7.

Y hablando de Asia, en Washington D.C. El Parque me invitó a tocar como bajista en un festival de la cultura asiática.  Un grupo latino tocando en un festival asiático en un parque gringo.  Muy ecléctico­­.

 

Las anécdotas de viaje son inagotables, chistosas, estresantes, pero principalmente emotivas.  Me he sorprendido a mi mismo sonriendo con un bajo eléctrico colgado de mis hombros en escenarios vírgenes frente a una multitud agradecida, retroalimentando carga positiva y reafirmando una vieja decisión de vida.  He visto mis sueños caminar por nuevos trillos, creando hermosas historias y perennes vínculos.  He cruzado caminos con personas interesantes, amables, alegres, educadas, sencillas, complejas, extravagantes, absurdas y/o ecuánimes.  La música me ha hecho aprender de culturas milenarias, tan antiguas como modernas pero también me ha dado la oportunidad de compartir un poco de lo nuestro.  He podido presumir de nuestros bosques y playas, de nuestra paz, de nuestra forma de ver la vida, de nuestra afamada felicidad, de como preferimos invertir en educación y salud y no en ejércitos. 

Viajar me ha ayudado a crecer como persona para ser cada día mejor.  A ver la vida desde otras perspectivas para luchar por lo que uno quiere pero también para tolerar las diferencias entre las personas.  Me ha hecho comprender que el planeta es grande para admirarlo pero pequeño para cuidarse solo.   Pero ante todo, si algo me llena de gozo pleno al salir de viaje es sin duda alguna, volver a casa.  Valoro como un gran tesoro lo que tengo aquí, mi corazón está en mi patria, con mi familia y con mi gran amor.

Salir de gira con Gandhi me ha hermanado con mis compañeros de aventuras, cómplices de un sueño.  Mis grandes amigos, Federico, Luis y Massimo, han hecho parecer que este viaje de veinte años apenas va a despegar.  A veces pareciera que recién acabamos de pasar por la inspección de seguridad y estamos sentados en la sala de abordaje, dos de nosotros conversan mientras otro está leyendo una revista y el más desvelado de los cuatro se quedó dormido en un sillón.  Estamos impacientes por escuchar esa voz que nos invita a viajar.  Atravesamos ansiosos el túnel que nos conduce al avión.  No sabemos a lo que vamos pero vamos juntos y todo va a salir bien. Al final del largo pasadizo hay una fuerza de atracción que nos seduce y nos succiona.  Con la guitarra en la espalda como maletín de mano, me acerco al umbral de la puerta del avión con la misma emoción de aquel primer viaje, me detengo un segundo para mi breve ritual, sonrío con malicia dándole dos golpes con mis nudillos al duraluminio del exterior del enorme pájaro viajero y le digo en secreto…  “¡Suerte, campeón!” 

En ese momento un agradable escalofrío me sacude como una cascada de deja-vu's mientras me interrumpe una voz amable que me saluda diciendo:

- Bienvenido a bordo, disfrute su vuelo…

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