Recopilación y Prefacio por Ernesto Adduci
Prefacio | Los Relatos
EL MEJOR AÑO DE MI VIDA

Alejandro López Meoño
Abogado y Relacionista Internacional
Mi primer viaje solo fue en 1990
Mi niñez y adolescencia incluyó varios viajes a visitar a la familia paterna en España. De esos viajes tengo recuerdos muy vagos, los mismos que solo las fotografías me ayudan a retener. 

En mi último año de colegio (estaba un año adelantado) mi amiga Erika me invitó a acompañarla a unas reuniones preparatorias para un viaje de un año a un intercambio cultural.  Erika insistía que no nos íbamos a arrepentir, que era una gran oportunidad y otros compañeros del colegio se nos unieron también. 

Yo era bastante tímido en ese momento, pero sin embargo me animé a llegar a la reunión introductoria de los intercambios culturales de AFS (American Field Service) para unos 500 postulantes en el Colegio Seminario de San José.  Los nervios y la emoción se sentían por doquier. Éramos muchos jóvenes con inquietudes, llenos de ganas de descubrir algo más del mundo. En esa reunión escribimos de las opciones en lista, cuáles eran los tres destinos de preferencia.  Yo puse como primera opción Francia sabiendo que era muy difícil ser escogido para ese destino. Este proceso comenzó en secreto, no le dije a mis papás mis intenciones al inicio.

La cita seguiría cada sábado y al final varias veces por semana por doce meses.  El proceso de selección era minucioso, muchos de los primeros participantes comenzaron a no ser escogidos para las etapas posteriores.  Tuvimos paseos, conocimos mucha gente, vivimos experiencias nuevas para la mayoría que teníamos entre 16 y 17 años.  Finalmente, luego de viajar dentro del país, de entrevistas, de pruebas cada vez más difíciles, me llamaron mis coordinadores de grupo y me dijeron: ¨Ale, fuiste escogido para ir a Francia, a la creme dela creme de AFS y ya es hora que les digás a tus papás: acá está el sobre oficial con tu familia, fotos de la casa y los costos¨.

Tuve que decir en la casa que después de un año secreto de procesos, pruebas y exámenes de personalidad, había sido escogido para irme un año entero para Francia, con una familia desconocida y a clases en un colegio francés.  Mi mamá se enfureció por no haber contado nada antes y me dijo que mi papá jamás aprobaría.  Diez días después, un sábado, mis dos padres sentados con los coordinadores de AFS en la sala, oyeron más sobre los pormenores del programa, de cómo me había tomado  mucho esfuerzo llegar a ser escogido y de lo mucho que crecería si me fuera a la experiencia.  Mi papá accedió a pagar el programa completo y el resto se convirtió en preparativos.

Este se convirtió en mi primer viaje solo, ya que antes había viajado solo con mis padres.  Este se convirtió en el primer paso para llegar a ser el ser humano en el que me convertiría gracias a la experiencia.  Tuve despedidas de amigos del Colegio, despedidas de amigos del barrio, de mi abuelita materna y de familiares.  Me reuní con los otros costarricenses que viajaban también a Francia, nos conocimos y nos hicimos más amigos antes de irnos.

Finalmente el día del viaje llegó y luego de muchas horas (cargados de miedo) París nos recibió en un pequeño castillo al lado del Sena.  Participantes de todo el mundo hablábamos en un mismo idioma pues nos preparábamos para vivir un año extraordinario.  Había participantes de Latinoamérica, Estados Unidos, Australia, Canadá y muchos otros países.  El idioma universal era el inglés.

El viaje en carro hacia el Este de Francia pasó entre monosílabos en inglés y español y paisajes y lugares nuevos.

Recuerdo ser recibido no solo por mis papás franceses, sino también por mi hermano David que recién regresaba de Estados Unidos también con AFS.  El me habló en inglés para presentarme, me llevó a la que sería mi habitación y me dijo que me acomodara un rato y que cuando estuviera listo bajara pues la cena estaba por servirse.

Mi timidez y retraimiento me congelaron por mucho tiempo dentro de la habitación hasta que animado por no sé qué fuerza interior, bajé las escaleras y me senté a la mesa y David comenzó a traducir lo poco que me animaba a hablar.  Pasada esa noche comenzó el proceso de cambio interno que tanto me sirvió luego en la vida.

Los días se convirtieron en un par de semanas y comencé en el colegio. Inició el proceso de conocer a muchos amigos de mi hermano David y a hacer amigos nuevos por mi lado.  Lo que parecía una aventura imposible resultó siendo una aventura maravillosa.
 
Conocía gente, escribía cartas, departía con mis papás franceses y aprendía de ellos.  Aparte de la gran humanidad que me inspiraron desde el primer momento, me sentí realmente en familia, como si hubiera nacido en esa casa y ese lugar geográfico, me sentí aceptado, respetado y apreciado.

Las semanas se convirtieron en meses.  Conocí Italia gracias a un viaje del Colegio al que me invitaron.  Conocí los castillos del Renacimiento cerca de la ciudad de Tours y con mis papás y hermano francés, muchas ciudades inolvidables.  


Navidad llegó como una ráfaga de felicidad que todavía siento.  La comida impresionante, las decoraciones, la familia francesa extendida, los abrazos y la música.  Misa de Nochebuena, regalos, cena hasta muy tarde en la madrugada.  ¡Nieve, sí, nunca había visto tanta nieve ni abrigarme tanto como ese año! ¡Fue la primera vez que estuve a -20 grados Celsius!

Fue el tiempo de volver al colegio, a los amigos, a las fiestas en la campiña francesa y en los bosques y viñedos.  Los últimos tres meses pasaron en un abrir y cerrar de ojos, como si el tiempo pasara más rápido a propósito, cuando ya la lengua se había aflojado y los sentimientos crecido.

Llegó el día de la despedida de mi familia como un puñal en el corazón.  Mi llanto fue profundo, doloroso, y trascendente.  Era como si me quitaran un pedazo de vida de encima.  Las últimas dos semanas nos volvimos a encontrar todos los que llegamos a Francia ese año.  El idioma universal era el francés claro.

Fue el tiempo de hablar en un mismo idioma de nuevo, hacer amigos increíbles como Steve a quien no viera nunca más y como Mary Gwen quien fuera como mi hermana ese año.

Despedirse de nuevos amigos y algunos amores de temporada fue horrible.  Abrazos, promesas de escribirse, besos y muchos pañuelos en el aire. Regresar fue muy doloroso. 

Luego, acostumbrarse a Costa Rica de nuevo, ver a los amigos, retomar la Universidad, retomar el ritmo de la vida antigua pero renovada.  Definitivamente el viaje más provechoso de toda mi vida, el viaje que me hizo recobrar mi autoestima y me preparó para procesos que vendrían después y que serían también muy duros.

Todavía regreso al este de Francia cada vez que puedo, todavía paso Navidad con mis papás adoptivos y todavía lloro al despedirme, aunque ahora los vea mucho más seguido.

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