Recopilación y Prefacio por Ernesto Adduci
Prefacio | Los Relatos
CALI
Douglas Quesada
Administrador de Empresas y Orfebre
Mi primer viaje fue a California y México, en 1976

El pasar de los años dejó mi memoria fallando. Repentinamente surgen recuerdos poco claros, medio nublados; imágenes borrosas de gente que conocí y llegué a querer, pero que un buen día dejé de frecuentar.  Sensación de abrazos, sacudidas de manos y tonos de voz, miradas agudas, coqueteos y sonrisas tiernas y sinceras. Todo muy bonito, pero muy vago.  Lo que nunca se irá de mi mente y menos de mi corazón, es el sentimiento, ese que me liga a un pasado, me obliga en el presente y me compromete en el futuro.  Han sido muchos los medios por los que he ganado experiencias ricas en mi vida, pero de los más disfrutados, sin duda alguna, son los viajes que he realizado a distintas partes del mundo y en diferentes años. Recuerdo con especial cariño mi visita a Cali, un viaje realizado hace mucho tiempo, siendo yo estudiante de la carrera de arquitectura. Éste dejó en mí una huella profunda y un gran legado en mi vida. Amigos nuevos que conservo, amigos que recuerdo y dejé de ver y una sensación de algunos que volverán a surgir en el futuro, pero a fin de cuenta eso: amigos, gente con forma de ser y vidas diferentes, algunos con contacto efímero en mi vida y otros que conservo de cerca y muy de cerca.

A Cali llegué con ocasión de la celebración de un encuentro de estudiantes de arquitectura, esa era la carrera que estudiaba en esos años, a principio de los 90. Allí iba a estar unos diez días aproximadamente. Diez de aquellos días que duraban una eternidad, no de los de ahora que llegan y se van en instantes. Llegué al Aeropuerto Internacional Juan Santamaría y de inmediato me topé con Edo, compañero y amigo de varios años con el que tenía planeado sentarme en el avión y  hospedarme en el cuarto de hotel.  Había otros muchachos y muchachas que no conocía, a algunos los había visto, pero no sabía sus nombres. Yo tenía alrededor de 20 años, lleno de juventud y deseoso de conocer mucho. Ya había hecho mis planes de previo, pensaba comprar perfumes franceses y artículos de cuero para traer a Costa Rica y vender y así recuperar lo que gastaría en el viaje.  De repente, entre el grupo vi a un actor muy conocido en el país, cara noble e infantil. Nos vio de largo y vino a saludarnos. Nos explicó que por el momento iba solo, que su esposa Coralia llegaba a Cali un día después y que de esa forma se reunirían. Ella era la arquitecta y él la acompañaría.  Ferdi -así se llamaba el actor- era muy simpático y formal, muy centrado y algo tímido. Hablaba poco, pero por alguna razón, nos rondó constantemente a Edo y a mí durante la trayectoria del viaje.   “Algo nos quiere preguntar”, pensé. Finalmente llegamos al aeropuerto de Cali y de ahí en taxi para el hotel que teníamos reservado, no recuerdo mucho de todo esto. Una vez en la recepción se nos acercó Ferdi y en voz baja nos preguntó: “¿Me puedo quedar con ustedes en el cuarto? Es que se ven serios y formales.”  “Claro”, le dije de inmediato, “Me parece excelente, hay espacio, la habitación es cuádruple.”  Me alegro de haber abierto mi mente y las puertas de mi habitación, pues eso me trajo a uno de los mejores amigos que he tenido en mi vida.  Él, junto a su esposa Coralia y sus hijos Paulo y Sergio son en la actualidad grandes amigos, con los que he pasado grandes momentos, bodas, nacimientos, bautizos y cosas mucho menos alegres… Éste es el primer gran legado de Cali, por eso recuerdo tanto este viaje. 

Un dato interesante, que olvidé mencionar, es que, como parte de la delegación tica, había que presentar algo en el marco del congreso que nos distinguiera como país, por lo que decidimos bailar típico.  “Mae, yo tengo quién nos puede enseñar a bailar típico”, me dijo Edo, “se llama Silvia y sabe muy bien los pasos.” Asentí, me pareció bien, pero por premura y trámites que debíamos hacer de previo, no pudimos acudir a la cita y tuvimos que prepararnos nosotros mismos allá en Cali.   Menciono a Silvia por algo muy importante que les contaré después. 

Una vez acomodados en el hotel nos dirigimos a la inauguración del congreso. El mismo se llevaba a cabo en el  gimnasio de una prestigiosa universidad de Cali.  Mucha gente de muchas nacionalidades, gente muy alegre alguna, más formal otra, pero todos muy jóvenes. Mucha bulla, muchos saludos, risas, preguntas: ¿De dónde sos? ¿Cómo te llamás? ¿Dónde estás hospedado?  Así conocíamos y nos dábamos a conocer, pero como en todo, siempre hay más química con algunos, que con otros.  “¿Hola, cómo te llamás?” Me preguntó,  “¿Hola, soy Douglas y usted?” “Me llamo Mónica, pero me dicen Mona, soy de Bogotá y te doy la bienvenida a Colombia.”  Mónica era una muchacha rubia, rellenita, muy jovial y seria, de esas con ojos confiables y con una forma de ser  llevadera, pausada y de buenos sentimientos.  Digamos que a partir de eso momento estuvo junto a mí como una embajadora de su país, dispuesta a ayudarme en cualquier tema y se convirtió en mi consejera en cuanto a qué comer y adónde ir.  Mona era de una familia sencilla, se notaba que le había costado llegar al congreso y me pude dar cuenta porque hicimos un paseo a la casa de Jorge Isaacs, el que escribió la novela “María” y ella se negó a acompañarnos medio esquiva. Entonces de una forma muy discreta, le dije en voz baja que yo la invitaba y se vino con nosotros.  Ese paseo lo tengo metido en mi memoria. Muchos años antes había visto la película “María”, en la versión actuada por Taryn Power y Fernando Allende y aquellos paisajes me habían cautivado. Entonces me parecía increíble estar ahí y menciono a Taryn, porque de ella también tengo algo que contarles. 

Como anécdota importante, recuerdo que la guía nos comentó que era costumbre que alguno de los visitantes leyera un poema y del grupo, me escogió a mí.  La guía era muy buena gente, buena conversadora y conocedora de su país. Nos causó muy buena impresión, entonces la invitamos a que llegara al día siguiente al Parque de la Caña a vernos bailar típico a los ticos.  No recuerdo su nombre y vagamente recuerdo su cara, no había email, ni chats ni esas cosas de ahora, pero recuerdo que era muy buena persona, muy buena, su esencia permanece.   Al día siguiente en el Parque de la Caña, bailamos tres parejas: yo bailé con Olga, una china mucho menor que yo; otra pareja conformada por Coralia y su acompañante y la tercera no la recuerdo del todo.  Notarán mi falta de memoria, pero honestamente nos lucimos. Hubo muchos aplausos, nos fue bien, bailamos bien, causamos muy buena impresión, prueba superada.

Una de las noches que más recuerdo del congreso, fue la de la presentación de la delegación de Perú.  Esta presentación se desarrolló en un estadio de fútbol.  Cuando hice ingreso, Mona se vino a toparme apresuradamente y me colgó al cuello una especie de ollita miniatura para tomar aguardiente, que es la bebida típica de Colombia y luego entendí, que esa ollita era para marcar algo así como territorio. Yo me sentí muy honrado, esa noche hubo un asado y los muchachos de Perú cantaron canciones peruanas tradicionales. La luz era tenue, habían puesto muchas antorchas y eso mezclado con el aguardiente hizo que la noche se sintiera especial. 

Los días en Cali transcurrieron entre conferencias, paseos y largas charlas nocturnas.  Los asistentes nos reuníamos en cualquier plaza a cantar, tomar cervezas y a compartir hasta la madrugada. Fueron días largos y agitados.   Llegaba el momento de decir adiós y de trasladarnos a Bogotá.   Cali viene a mi mente llena de paseos y deliciosas comidas: el ajiaco lo recuerdo perfectamente; ese sabor a culantro todavía me acompaña, me encantó.  La despedida fue triste, hicimos grandes amigos allá, en mi caso, especialmente a Mónica le tomé un gran cariño, pero sólo eso, cariño de amigo agradecido y honrado.

Un muchacho bogotano, no recuerdo el nombre, tenía una casa deshabitada en Bogotá y nos la ofreció a la delegación tica.  Desde luego la aceptamos de inmediato, era dinero que nos ahorrábamos y tendríamos más para gastar.  

A Bogotá llegamos por avión, recuerdo muy poco de ese traslado, pero estoy seguro de que llegamos a esa casa que nos prestaron de noche. Estaba muy frío y lloviendo, Bogotá estaba helada.  La casa no tenía muebles, ni cortinas, ni calefacción, eran un montón de dormitorios, espumas y cobijas.  El frío era tanto, que todos nos acostamos en un mismo cuarto para guardar el calor.  Ya para ese momento estábamos muy compenetrados, las barreras se habían caído y no nos importaba dormir en el suelo, hombres y mujeres y cerca unos de otros.  Faltaba Edo, quien se había ido a otra ciudad, no recuerdo cual, a recoger unas custodias que le habían encargado en la iglesia.  No lo volví a ver hasta que regresé a Costa Rica.  Al día siguiente me levanté temprano, quería ir a comprar cosas de cuero al norte y al bañarme me di cuenta de que tampoco había agua caliente, por lo que entré brincando como si estuviera haciendo aeróbicos para generar calor.  Jamás me hubiera quedado sin bañar, tampoco sé cómo no me maté con los brincos, creo que todos los escucharon.  Compré por varias horas, cosas de muy buena calidad. Ya tenía lo suficiente para recuperar lo que había gastado en el viaje y al regresar de mis vueltas a la casa prestada, me encontré un policía armado cuidando la puerta principal.  Resulta que como buenos ticos, el día en que llegamos decidimos poner la bandera de Costa Rica en la ventana del segundo piso y en esa época, poner una bandera en la ventana significaba que la casa había sido tomada por guerrilleros.  En mi ausencia, llegó un escuadrón a sitiar el lugar y a arrestar a todos los que estaban adentro. Mi amiga Coralia con su don de gentes y carácter pausado hizo frente a la situación. Entregó los pasaportes de los que estaban en la vivienda y habló con la policía.  Ellos entendieron tras largas explicaciones y recomendaron dejar un guarda en la puerta principal para evitar más denuncias de los vecinos.  Imagínense, un grupo de gente joven, sin luz, gozando y gritando todo el día, no es para menos. Ni nos percatamos de lo asustados que podrían haber estado los vecinos. 

De Bogotá tengo recuerdos no tan agradables. En esa época estaban de moda drogas que le tiraban a uno en la cara para hacerlo dormir y robarle o secuestrarle, era imposible andar en las calles sin que algún bogotano lo previniera a uno de algo y las noticias en los medios eran negras.  Sentí que era un buen momento para irme, no tenía por qué exponerme y pensé en San Andrés para ir a descansar previo a mi regreso a Costa Rica.  Así lo hice, pero no sin antes despedirme de todos y darles las gracias por todo lo bueno que habíamos vivido y por otro lado me di a la tarea de buscar quién me iba a acompañar en esta tercera parte del viaje.   Recuerdo que dentro del grupo de ticos, se coló un muchacho de República Dominicana si no me equivoco, que a partir del segundo día cayó en cama, bueno, en piso mejor dicho. Recuerdo que llegó un momento en que hervía en temperatura y que convulsionaba, entonces Coralia, Ferdi y yo nos lo llevamos a un hospital y ahí lo dejamos, no podíamos hacer nada más.  No sabíamos cómo funcionaba el sistema y nos atuvimos a la buena voluntad del centro de salud.   Meses después supimos que el muchacho tenía una peritonitis y que estaba grave y que gracias a nuestra intervención le habían salvado la vida.  No recuerdo su nombre pero sí su cara de angustia y dolor.

Tanto pasamos juntos, que ya para ese episodio, Coralia, Ferdi y yo éramos amigos muy cercanos y decidimos irnos juntos a San Andrés.  En San Andrés nos dedicamos a descansar, sólo eso. Tomar fuerzas para regresar a Tiquicia después de tanta fiesta, trasnochadas y aventuras.

Cali y el resto de ciudades visitadas, siempre las recordaré con mucho cariño, ese viaje me permitió abrir mi mente a otras posibilidades distintas a mi recinto universitario y círculo de amigos.  Yo pasé de un colegio privado a una universidad privada.  Nunca pertenecí a un recinto grande, ni lleno de gente, pasé de un colegio a algo con características muy similares; mis amigos eran pocos y con costumbres y vidas un tanto parecidas a la mía. En Cali pude ampliar mis fronteras, abrir mi mente a cosas más grandes, pensamientos diversos al mío.  Descubrí mi capacidad de organizar, de estar solo y valorar esa soledad y supe que la formación que recibí en mi hogar me dio la madurez para comportarme adecuadamente, ser caballero y compartir de lo mío sin ser calculador.  Me di cuenta de que la vida es prestada, que hoy estamos sanos y mañana podríamos morir si las circunstancias no están a nuestro favor, pero principalmente sentí que haber nacido donde nací y con mis circunstancias, era la mayor bendición de mi vida. 

Hablo de Cali muy a menudo, disfruto cuando me encuentro con un colombiano, siempre le pregunto cómo está la situación social y la economía y me divierto contando mis anécdotas vividas.

Debo de regresar, esta vez con mi familia y de seguro vendrán imágenes mucho más claras a mi mente y me será mucho más fácil armar mis vagos recuerdos.  Las nuevas amistades, esa es la mayor bendición de los viajes que he realizado, pero en Cali conseguí de las mejores, es innegable.

A Silvia no la pude conocer en esa época, pero años más tarde, el mismo Edo nos presentó después de Misa de Fátima de las 6.30 de la tarde.  Silvia ahora es mi esposa, tenemos 21 años de casados y una hija que se llama María Isabel. Las gemelas Elena y Lucía están en el cielo.  A Taryn Power la vi en María y reviví toda la historia en Cali, en la finca de Jorge Isaacs. Años más tarde coincidí con ella en Facebook y nos hicimos amigos, no es la jovencita de la película, pero conserva su esencia y a través de ella conocí también a Romina Power, su hermana, la cantante del dúo Albano y Romina, pero bueno, eso es para otra historia…

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