Recopilación y Prefacio por Ernesto Adduci
Prefacio | Los Relatos
VOLANDO
Edwin León
Comunicador
Mi primer viaje fue a Panamá, en 1987
Aunque los aviones han sido  mi pasión desde niño y viajar el anhelo desde siempre, el viaje que les contaré  no ocupó de uno de estos, mis favoritos artilugios.

Era 18 de mayo, el día había empezado como muchos otros en los últimos años. Dolor de cabeza, sequedad en la boca y un sudor frío que me recorría el "espinazo" como decía mi abuelo.

Ya no lograba recordar cuando mis amaneceres eran diferentes, es más ya no recordaba cuando mi vida era diferente.

Cuando todo empezó, lo hizo de como quien no quiere la cosa. Recién salido de secundaria me encontré de pronto con el hecho de que no estaba listo para la disciplina universitaria, era mejor "atollarme" de modernidad en el Pretil, una legendaria explanada cementicia que era el centro neural de la vida social de la UCR, mi alma mater. Pronto me di cuenta que para encajar con los citadinos, debía de tener una cantidad de dinero que mis padres no podían proveerme y decidí trabajar. Esas decisiones bisoñas de una adultez recién estrenada.

En menos de lo que se dice trabajo, me vi estrenando camisa blanca y pantalón negro, aprendiendo a hacer malabares con una charola llena de cervezas, tragos y bocadillos, en un recién inaugurado bar en mi pueblo. Será fácil, me decía; con la plata que me gane voy a poder ir a la "U" y participar de la vida social universitaria, voy a poder encajar.

Los compañeros de trabajo solían ir después del cierre al único bar restaurante que quedaba abierto en el pueblo a tomarse "unas cervecitas para relajarse", yo salía corriendo a mi casa pues tenía que ir a estudiar en pocas horas. Cuando llegaron las vacaciones los acompañé y fue amor a primera vista: la bohemia, las mujeres "simpáticas", las anécdotas llenas de mentiras de los más viejos y sobre todo, el alcohol. El alcohol en todas sus presentaciones: guaro, birra, whisky; era probar y extasiarse, todo me encantaba. 

Ese amor a primera vista me acompañó por los siguientes 20 años. A partir de ese momento pasó a ser mi prioridad, estudiaba de vez en cuando, aprobando sólo lo necesario para que los demás  y sobre todo yo, creyeran que era universitario. Me volví un experto mesero, salía todos los días con una cantidad respetable de dinero para ir al bar por "unas cervecitas para relajarme", era el centro de la fiesta, aprendí a contar historias de manera tan convincente que hasta yo mismo las creía.

El alcohol ya no era suficiente para mí, conocí la cocaína y “oh, maravilla”, me ayudaba a salir de la resaca y la falta de sueño. El resto es historia: un puesto de publicista que me permitía seguir en un mundo donde la bohemia era requisito y el saber contar historias, un talento muy apreciado.

Hasta ese 18 de mayo, ese día había decidido  emprender un viaje, un viaje hacia mí mismo, un viaje a reencontrar a aquel que había perdido.

Hoy 12 años después, todavía no he llegado a destino, pero he descubierto lo más bello de viajar: lo interesante no es el destino, es estar sobrio para disfrutar el viaje.

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