Recopilación y Prefacio por Ernesto Adduci
Prefacio | Los Relatos
KILÓMETROS VALIOSOS
Manrique Yglesias
Periodista deportivo
Mi primer viaje fue a Orlando, Florida en 1997

No les voy a mentir, el despegue siempre me genera tensión. Desde que mi primo me contó que es el punto más crítico me pongo nervioso, pero una vez estabilizado el avión se conjuga el alivio con la emoción. Viajar es de esas semillas delasque crecen actitudes y aptitudes. Mi nombre es Manrique Yglesias, tengo 21 años. Tal vez no era el estudiante más aplicado de la clase ni quizá el más inteligente. Más allá de esas virtudes que en muchos casos no sustentan el futuro, creo ser una persona decidida. Con la mirada hacia adelante. Recuerdo el momento de tensión cuando llegue al colegio para descifrar qué sería de mi futuro en la instancia final del quinto año. Apenas me explican que toda la generación aprobó el bachillerato, comprendí en el antes y  después en el que estaba situado. Era un pez libre. 

Asumí el reto de obedecer en lo que creía pertinente, en mi supuesta vocación y pasión que quizá aún no estaba definida en esas épocas colegiales. En macro, comunicación y deporte. En micro, periodismo deportivo y fútbol. Mi destino: Buenos Aires, Argentina. Mi padrino -de nacionalidad argentina- quizá es mi referencia de por dónde pudo crecer la curiosidad por este fascinante país. Por su cultura. Una cultura que se traduce en fútbol, tango, carne y demás condimentos.

Recuerdo perfectamente cuando en el aeropuerto me avisaron que después de un perímetro policial ya mi madre no me podía acompañar. Es uno de los momentos más críticos para cualquier persona. Despegarse por primera vez de la familia. En mi caso a los 17. Fue imposible no llorar en la sala de abordaje. Después de un rato esas lágrimas comenzaron a contrastar a diez mil pies con las nubes y el sol radiante de aquel día tan espléndido e importante en mi vida. El sueño que estaba dispuesto a cumplir alimentó mi ilusión por buscar mis metas trazadas. Era tal la curiosidad que tenía, que las diez horas que esperé en el aeropuerto de Bogotá se me pasaron como diez minutos. Unas horas más tarde ya estaba instalado en un departamento en el barrio de Palermo, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Pasaron los meses y fui comprendiendo mejor como funcionaban las cosas. Estando inmerso en un aparato constante de resolver problemas lo que significó algo muy positivo para encontrar el camino. Es clave ¿Qué mejor sensación que resolver un problema? En mi caso tenía situaciones por resolver de todo tipo, tamaño, color. Desde llamar a Costa Rica para pedirle ayuda a mi madre de cómo hacer un huevo, o lidiar con temas de renta, pagos de servicios, empezar la universidad o ubicarme en la jungla gigante de cemento que es Buenos Aires. El resultado de toda esa resolución de pequeños problemas fue abriendo paso a un proceso de crecimiento y maduración. Siempre hubo personas que me ayudaron a seguir mi camino, eso facilitó las cosas, pero en este andar se despertó en mi las ganas de seguir viajando, aprendiendo y ser embajador de mis raíces en lugares que no pensé que iba a conocer tan pronto.

En un abrir y cerrar de ojos ya tenía 19 y estaba terminando mi segundo año de facultad. El fútbol me apasiona, lo practiqué toda mi vida. Algo que me encanta es el momento en el que el hincha está esperando por el equipo en sus respectivos asientos, o amontonado en las cortas gradas de las populares argentinas. Aguardando por esos colores inculcados como un valor más que se transcribe en amor, pasión y lealtad. Manifestados con cánticos, banderas y demás elementos representativos de esa vehemencia. Algunos no se podrán imaginar lo emocionante que es escuchar el retumbo desde canchas históricas como el Monumental o la Bombonera, a la más humilde de la  de la segunda división. Esos pequeños detalles de grandes multitudes entusiasmados por su equipo y por la pelota expresándose por miles de gargantas al compás de los bombos y las trompetas, fueron multiplicando mis deseos por seguir en Argentina. 

Había encontrado lugares y personas que jamás pensé en querer y necesitar si no hubiera dado el salto de los más de 5500 kilómetros que separan a Tiquicia de los argentinos. Fui a eso de 30 partidos en ese primer tramo de mi vida en la Ciudad de la Furia. Tuve la posibilidad de ver a Messi y compañía tanto en la Copa América del 2011, así como ese fútbol con ritmo vertiginoso de la albiceleste que arrolló en la eliminatoria sudamericana con miras a Brasil. La experiencia continuaba, cada año que pasaba era sinónimo de más amistades, más aventuras, más seguridad y más confianza en mí. Instalado en una tierra tan futbolera y cuna del periodismo deportivo, expresado en muchos medios y muchos periodistas deportivos, sentí esas cosquillas en las piernas que siente el jugador de fútbol antes de saltar al verde césped. Encontrar algo ligado a lo que estaba estudiando.

Se me dio la posibilidad de sumarme a un proyecto: Gol de Vestuario, un programa radial deportivo, con transmisiones de partidos de la primera. Un tres de agosto del 2013 estaba sentado en la fría platea de la cancha de Arsenal de Sarandí. Hacía casi 5 grados de sensación térmica. Iba en condición de periodista acreditado pero no para ponerlo en práctica, sí para  comprender los distintos matices que demanda una transmisión radial de un partido. Era la vuelta de Verón a Estudiantes de la Plata, como parámetro futbolero. Por cuestiones de la vida, un vestuarista no pudo llegar al encuentro. Ese es el rol que yo iba a desempeñar en las transmisiones. Sin embargo me tocó debutar en radio argentina en ese momento. No fueron quizá mis mejores salidas debido a la improvisación, pero al segundo partido ya sabía exactamente lo que tenía que hacer. Pasaron los partidos, campeonatos y el proyecto creció ambiciosamente.

Ya mi postura de hincha en canchas argentinas era un recuerdo del pasado. Pese a que estaba en trámite mi título universitario, ya estaba colado en los pasillos de prensa en cada estadio de la primera división con los mejores periodistas deportivos de la Argentina. Eso me encausó a tratar de estar a la altura. Como hincha del fútbol argento desde muy pequeño, jamás me imaginé que a mis 20 años ya iba a estar transmitiendo los mejores clásicos del fútbol argentino. Exceptuando el River-Boca en aquel momento. El mejor partido del mundo para algún sector de los futboleros, por la pasión que emana.  Más allá de esos éxitos personales, el entusiasmo que lo embarga a uno el cumplir ciertos deseos lo impulsa a arreglárselas contra las adversidades si se trata de buscar subir un escalón hacia esas ambiciones personales. Las enseñanzas son muchas y el respeto de los demás hacia uno genera satisfacción y felicidad. 

El rodaje en transmisiones me aclaró que lo me gustaba era la idea de comunicar el acontecer de situaciones y los conceptos futbolísticos que se esconden detrás de la pelota.  Era el rol de comentarista, el cual meses después comenzaría a hacer de manera intermitente en función a la demanda de partidos según la jornada futbolera. Esta experiencia me ha ayudado a querer seguir creciendo profesionalmente, buscar otras ramas de comunicación y del deporte. Cada kilómetro recorrido, desde los 3 mil en bus desde Buenos Aires a Rio de Janeiro para vivir la fiesta de la Copa del Mundo, hasta los 500 kilómetros recorridos para transmitir mi primer Boca - River hace un par de meses, siguen alimentando mi sonrisa a la hora de pensar en este viaje que empecé hace unos años y el cual me fortalece cada día. Vida solo hay una y viajando cada vez que uno pueda es la mejor manera de consumarla.
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