Recopilación y Prefacio por Ernesto Adduci
Prefacio | Los Relatos
EL CORAZON SABE

Patricia Apú
Criminóloga
Mi primer viaje fue a los 14 años
Existen palabras mágicas y Turquía es una de ellas. Cuando se tiene siete años no se sabe el por qué hay un nombre  en el corazón y aparece en cada lección de Estudios Sociales. Donde miraba el mapa existía un país en dos continentes -eso es maravilloso-; sabía en lo más profundo que el día de visitarlo llegaría.

Un día la niña Iria repartió los diferentes nombres de países para la exposición de Sociales. ¿Cual me tocó? Turquía. En fin, me tenían que ayudar a buscar. En aquella época no existía el internet, entonces escribí a la embajada y me llegaron fotos de Turquía, en donde su capital Estambul se veía llena de mezquitas. Las callecitas angostas, el mercado inmenso, todo era hermoso; mi corazón sabía que ahí quería ir. 

Luego de muchos años, mi prima Ana María fue y sin saber por qué, me trajo un separador de lectura, de color azul, con la leyenda “Turquía” ¡Cómo no decir que mi destino era ir a ese país! Yo amo la lectura, el color azul es uno de mis favoritos y desde muchos años Turquía latía en mi corazón.

Pasó el tiempo y para mis cincuenta años mi prima Ana María me dijo que me regalaba el pasaje para celebrar mi cumpleaños allá, en Turquía. ¿Por qué un regalo así? Cómo decir: “¡Ay no, muchas gracias!”, si desde siempre había querido conocer! Con un sentimiento de vergüenza y de no saber cómo decir: “Si eso es lo que siempre he deseado” dije: “¡Como se te ocurre. No, jamás!” Pero tanto ella como su amiga Rebeca dijeron “Si no vas, tampoco vamos”.

Con lágrimas en ojos llenos de felicidad y agradecimiento con ellas y con el universo, dije un “sí” que brotaba del corazón.

El día tan esperado llegó  y primero fue Madrid; dos días después Estambul. Para mí fue como llegar al hogar luego de un gran viaje. Todo era desconocido pero ese sentimiento de calidez, de colores que sentía haber visto desde siempre, olores a las diferentes hierbas que inundan todo espacio del cuerpo, los sonidos que se sienten en la piel. Al fin los podía hacer míos y nadie me los robaría.

Desde que llegamos trataron de darme la oportunidad de conocer todo lo que turísticamente debe ser, pero fueron más allá de lo imaginable.

El propio día de mi cumpleaños visitamos el mercado, con laberintos en que podíamos perdernos, pero todo era familiar. El señor de los dulces me saludaba con gran sonrisa y de las tres viajeras yo era la que recibía mayor cantidad de dulces para decidir cuál llevar. Al terminar la compra, me llamó el señor y me entregó una bolsa con dulces extra. Sentí como que fuera el puesto de dulces que toda la vida había visitado.

Ver las lámparas en los pasillos de los colores más hermosos, los tamaños, las formas tan variadas como variado es ese mercado. El Gran Bazar tiene un área de unos 45,000 metros cuadrados y en ella trabajan unas 20,000 personas; es visitado aproximadamente por unas 400,000 diariamente, tiene más de 3,600 tiendas  distribuidas en 64 calles o pasillos y para acceder a este hay más de 22 puertas.

Esa tarde cuando visitamos la nueva mezquita que tiene 420 años entré y por un momento miré al cielo y en segundos me senté en el corredor y me puse a llorar. ¡Como extraño esas vivencias! Se acercó Ana María y me abrazó pero en mi ser no había tristeza, lo que había era una alegría infinita de estar ahí, en esa casa de oración. No me importó el hecho de que las mujeres están separadas de los hombres en espacios totalmente desproporcionados. Como turista podía estar en el de los hombres y ahí estuve largo tiempo, pero al final en mi espacio de reflexión lo hice en donde se ubican las mujeres.

En el centro de Estambul hay más de 22 mezquitas y todas tienen amplificadores de sonido, por lo que a la hora de los cánticos y oraciones se siente que resuenan en el corazón y vibran en todo tu ser. Es indescriptible el sentimiento de respeto, devoción, fe y esperanza que uno siente. Las oraciones se dan varias veces al día, pero las de la mañana -cuando está amaneciendo y aún se está en la cama-  y las de la tarde -antes de que se oculte el sol y se está cenando- son más tranquilas. Se siente y valora más esos momentos de oración.

El hotel donde estábamos se ubicaba a veinte metros del Museo- Mezquita Santa Sofía y de la Mezquita Azul, por eso vivimos  tan de cerca esos sonidos llenos de ecos internos.

Me llamo mucho la atención ver como las parejas se expresan su amor cuando son jóvenes solteros; con un roce de su mano en la cara se expresan todo el cariño del universo.  Cuando ya han formado un hogar, las mujeres, algunas veces todas vestidas de negro solo muestran unos ojos que dicen lo feliz que es y lo enamorada que está de su compañero. Se sabe que es una mujer bellísima, hermosa con su expresión en los ojos.

El gerente del hotel donde estábamos es un señor de unos 70 años, muy generoso. Con sus sentimientos y atenciones me robo el corazón. Sentía que compartía con un papá, una cercanía fuera de lo normal, una confianza de siempre. Con Don Gürhan Coskunsoy me sentí en casa. Siempre podíamos esperar gestos de él como el que tuvo el día que íbamos a Capadocia y nos dejó merienda en la puerta de la habitación. Gestos como ese fueron cosa de todos los días. Cuando llegó  el momento de decir adiós pues el viaje llegaba a su final, no lo pudimos hacer. Los dos nos abrazamos; prometí volver, lo invité a venir a Costa Rica y posiblemente hasta ese momento comprendí que no sabía hasta cuándo podría volver a esta casa nuevamente. Las despedidas siempre son tristes, pero más cuando se encuentran personas maravillosas, que han pasado muchos años esperando que las encontremos y luego dejarlas sin saber hasta cuando las volveremos a ver.

No sé si la reencarnación existe, pero lo que si se con total certeza es que mi corazón siempre supo en lo profundo por qué quería ir a ese maravilloso país, visitado por gentes de todos los lugares del mundo, con sonidos que invitan a creer en lo bueno, con olores que perfuman el alma, con colores que brillan en el espíritu de quienes creemos que es nuestro hogar desde siempre. 

Siento que encontré un hogar quizás perdido en el tiempo y hallado en esta vida donde fui inmensamente feliz, donde me sentí amada y recibida por su cielo que me cobijó con gran cariño y sus callecitas que fueron mi guía para llegar a los sitios con más recuerdos e historias que serán contadas por muchas bocas.

En mi caso doy miles de gracias por su generosidad a mi prima Ana María y a Rebeca. A mi familia por ser mi apoyo siempre y al Universo por tener la oportunidad de conocer el país de mis sueños, el país que siempre quise conocer, que por estar en dos continentes me hacía pensar que debía ser especial. La verdad es más que especial, Turquía tiene el don de hacerlo sentir a uno en casa. 

Y ahí quiero volver, a recorrer sus calles y a encontrarme nuevamente con mi otra vida para vivirla en esta vida.

Síganos: