Presidente de la República de Costa Rica 1990-1994
Mi primer viaje consciente fue a los 9 años
Nací el año siguiente, un 14 de marzo, en Diriamba; en un hotel y en condiciones muy adversas que pusieron en riesgo la vida de mi madre y la mía. Y por si no fuera eso suficiente, las amenazas de muerte para con mi familia obligaron a mi padre a poner mayor distancia entre sus enemigos y su familia. Así las cosas nos trasladamos, en junio del 49, a vivir a la ciudad de México.
Mis primeros recuerdos, son de un modesto apartamento, tan pequeño que apenas contaba con dos habitaciones, una pequeña sala-comedor y la cocina, por la que se pagaban 500 pesos mensuales de renta. Ese pago incluía el alquiler de los muebles, pues no había recursos para adquirir mobiliario propio, vivíamos al día y sin embargo, en Costa Rica, se creaba alimentaba una leyenda negra: “Calderón Guardia vive en una mansión, en un barrio residencial de lujo de México, cuenta con tres automóviles Cadillac y es dueño de uno de los almacenes más grandes de la ciudad.” ¡Tres Cadillacs! Hubiera deseado tener al menos un auto sencillo cada vez que viajaba con mis padres en taxi o hacía cola con ellos para tomar el bus.
Al principio no había ingresos, por lo tanto mis primeros años los viví en medio de grandes limitaciones económicas, rodeado del cariño y el amor de mi familia, y la compañía y la solidaridad de quienes nos llegaban a visitar con noticias de ese país al cual llamaban Costa Rica y que yo soñaba con conocer.
Mis padres, mi abuela, tíos, primos y amigos, me hablaban de la tierra de mis ancestros, una patria hermosa con verdor en sus campos, aguas cristalinas y un cielo increíblemente azul. Otros me contaban con lágrimas que mi padre había sido un gran presidente y que había logrado cosas maravillosas para su pueblo.
Recuerdo que a pesar que nuestro hogar era humilde, llegaba una gran cantidad de personas, cientos de ticos que viajaban en camión desde Costa Rica, para irlo a ver y llevarle café, frijoles negros y rosquillas. En otras oportunidades eran mexicanos amigos de mis padres o personajes que querían conocerlo e intercambiar ideas con él.
Así transcurrió gran parte de mi infancia, en medio de las limitaciones económicas y la riqueza de compartir con cientos de personas que nos brindaban su apoyo y cariño. Mi vida era en cierta forma normal, pues no tenía forma alguna de imaginar lo que mi padre representaba para miles de costarricenses y su impacto en la vida de una nación.
Un día, sin embargo, la agitación y la tensión se apoderaron de mi casa, corría el mes de febrero de 1958 y se me dijo que dependiendo del resultado de las elecciones presidenciales en Costa Rica, yo podría conocer mi país. Tenía tan solo 8 años, no tenía muy claro porque se daba esta oportunidad pero recé porque así fuera.
Sonrío al recordar la forma como viajaban las noticias, con frecuencia nos sentábamos alrededor de un viejo radio de onda corta para saber lo que ocurría en el país y escuchábamos la señal de Radio Reloj de Costa Rica, pero ese día era especial, ansiábamos confirmar el triunfo del Lic. Mario Echandi Jiménez, a quien el partido de mi padre había apoyado en su carrera hacia la presidencia.
No puedo describir la alegría que invadió a los presentes cuando se corroboró que se habían ganado las elecciones, todos se abrazaban, lloraban, reían nerviosamente; entre abrazos y besos, por primera vez sentí que el día de conocer Costa Rica estaba cerca.
A partir de ahí todo giró alrededor del viaje de regreso, había que prepararse. Mi padre y mi tío Francisco habían resultado electos diputados al Congreso por el Partido Republicano, que si bien había apoyado a don Mario para la Presidencia, había inscrito papeletas independientes para diputados, con un resultado sorprendente: el Republicano había obtenido un mayor número de curules que el Partido Unión Nacional que postuló a don Mario.
Don Mario Echandi tomó posesión el 8 de mayo y cumplió a cabalidad la promesa que hizo al Calderonismo de permitir el regreso de mi padre, programado para el 8 de junio de 1958.
Fueron muchas semanas de espera en las que traté de imaginar cómo sería mi viaje, la ilusión de montarme en avión, sumado al sueño de conocer Costa Rica me mantenían en permanente excitación y llegó el día que tanto había anhelado.
Nos levantaron de madrugada, a eso de las dos de la mañana a mi hermana Alejandra y a mí. María del Rosario, la menor de los tres no había nacido aún. El avión de LACSA partía muy de mañana rumbo a Costa Rica con escala en El Salvador, con el fin de cargar combustible, pues la autonomía de vuelo era relativamente corta.
No recuerdo como imaginé el viaje, pero sí que me sorprendió ver en el aeropuerto, a esas horas de la madrugada, a una gran cantidad de amigos costarricenses y mexicanos que fueron a despedir a mis padres, acompañados de mariachis y deseando toda clase de parabienes. Alejandra y yo no salíamos de nuestro asombro, poco a poco la emoción comenzó a crecer en nuestro pecho, nos veíamos a los ojos y reíamos sin entender mucho lo que estaba ocurriendo.
Me embargaba un sentimiento de felicidad difícil de explicar. A los 9 años no podía comprender la trascendencia de este viaje y de lo que significaba para mi padre regresar del exilio, pero todo lo que ocurría a nuestro alrededor era el preámbulo de algo especial, algo para lo cual no estaba preparado.
Despegamos del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, a eso de las 4 de la mañana, acompañados de amigos y familiares que se unieron con gran cariño y solidaridad para acompañar a mis padres; aterrizamos en el Aeropuerto de Ilopango, en El Salvador donde nos esperaba una grata sorpresa, que fue como una pequeña señal de lo que nos esperaba a nuestra llegada a Costa Rica. Centenares de compatriotas saludaban a mi padre desde los balcones del aeropuerto; partidarios y amigos que vivían en ese país habían venido a verlo, a manifestar su alegría de que el exilio había terminado para él.
Yo no salía de mi asombro, por más que quienes nos acompañaban trataban de explicarme lo que estaba ocurriendo y el porqué del amor y la solidaridad de tanta gente, me sentía emocionado ante tanta muestra de cariño, y confundido pues cómo era que mi padre, aquel hombre que tomaba el bus en las calles de México era esperado, recibido y ovacionado como por tanta gente.
Una hora después el DC-6 de LACSA despegaba rumbo a Costa Rica y el corazón comenzó a latir más fuerte. Por la ventana veía un paisaje diferente, las parcelas, desde el aire, parecía formar una hermosa alfombra con colores infinitos y las montañas le daban un hermoso relieve. Aterrizamos en El Coco, hoy Aeropuerto Juan Santamaría, y se repetía la misma escena de El Salvador, unas mil personas desde todos los balcones y terrazas del edificio vitoreaban a mi padre, la algarabía era enorme y yo estaba impactado, sin habla, por mi cabeza solo pasaba la sencilla vida familiar y el casi anonimato en el que había transcurrido nuestra existencia en México y de pronto, me enfrentaba ante una reacción que no conocía y mi padre la provocaba. Recuerdo que se llevaron a Alejandra para abordar un auto y al resto nos condujeron a un avión más pequeño, un DC-3, también de LACSA, con el fin de llevarnos al antiguo aeropuerto de La Sabana.
En esta oportunidad me senté a la par de mi padrino, el Dr. Mario Hidalgo Brenes. Mario era costarricense; había ido a estudiar a México medicina y después de su graduación decidió ejercer su profesión en tierras mexicanas, era muy cercano a mi familia y por supuesto no podía dejar de acompañarnos en este momento tan esperado por muchos. Él se sentó cerca de la ventana, se veía nervioso, se asomaba constantemente y comentaba que quería ver cuanta gente estaba esperando a papá. Yo por mi parte, no comprendía la importancia que hubiera mucha o poca gente, estábamos de vuelta y eso era lo que siempre había querido mi abuela, quien murió en el exilio, mis padres y ¡cuánto tico llegaba a casa!
Durante las semanas y meses que transcurrieron a partir del momento que don Mario ganó las elecciones, el Comité de Recibimiento al Dr. Calderón Guardia, había estado invitando a los partidarios y al pueblo en general, a que por sus propios medios se hicieran presentes en San José para recibir a mi padre. No había recursos y prácticamente la invitación se hizo boca a boca, algunas llamadas telefónicas y visitas casa a casa, nadie podía prever la acogida que tendría esta invitación… esa era la razón de tanto nerviosismo.
El avión tocó tierra, ¡estábamos en San José! Por las ventanillas pudimos ver que se había formado una muralla humana alrededor de la pista, pero esta fue incapaz de contener a la gente que por miles llegaron hasta el avión rodeándolo completamente. Era imposible acercar la escalera a la puerta para poder bajar, como también fue inútil tratar de movilizar la carroza que había sido construida para trasladarnos a la casa.
Cuando pudimos bajar, nos esperaba un camión de carga que fue lo único que pasó entre la multitud, ahí nos subimos para dar comienzo al desfile de la que sería la más grande manifestación en la historia de Costa Rica.
Sentado en el borde del “cajón” del camión pude observar por primera vez el Paseo Colón, como nunca más lo volvería a ver: ¡atestado de gente! Atiborrado con miles de personas que esperaban ansiosas ver pasar a papá.
Conforme íbamos avanzando vi gente arrodillarse y persignarse, dándole gracias a Dios. Vi hombres y mujeres llorar, niños sobre los hombros de sus padres que años más tarde me contaron su experiencia, obreros con letreros dando la bienvenida, jóvenes haciendo referencia a la creación de la UCR, rostros de alegría y emoción cuando descubrían entre quienes habíamos abordado el camión a su amigo, a su benefactor, a su médico, a su líder. Vi fe en sus ojos y la esperanza de la reivindicación.
Ese día marcó mi vida para siempre; ese viaje guiaría mis pasos en la vida política, pues a pesar de mi corta edad, me sentí agradecido por tanta muestra de cariño y comenzó a crecer dentro de mí el compromiso para continuar la obra de mi padre en favor de esa gente humilde que lo acompañaba, que le había sido fiel y que creía en él.
No fue sino hasta años más tarde que comprendí y valoré en toda su dimensión, lo que significó para mi padre este magno recibimiento que había hecho que el exilio, el sufrimiento, la pobreza, la injusticia y el dolor fueran borrados de su alma; supe entonces que había una deuda que saldar y que me tocaba a mi luchar por la reivindicación de la gente que luchó a su lado y del movimiento político con el que logró las grandes trasformaciones sociales.
No recuerdo haber visto nunca tantas personas en las calles de la capital, avanzamos lentamente hasta la Avenida Segunda y de ahí continuó la marcha hasta llegar a la esquina del Museo Nacional, donde doblamos hacia el sur. La casa propiedad de doña Marta Fonseca de Jiménez, que había sido dispuesta para nuestro hospedaje, estaba situada frente a la antigua Universidad, y hasta ahí llegó la gente.
Si bien este no fue mi primer viaje, pues me llevaron a México a los tres meses y a los dos años a Texas, acompañar a mi padre en su regreso al país ha sido el viaje más importante de mi vida y el primero del cual tengo memoria, recuerdos y conciencia.
Cuando veo el registro cinematográfico de ese momento, vuelvo a vivir el momento y los recuerdos se agolpan, pero existe uno, un recuerdo que dice mucho de lo que mi padre vivió y sufrió por su atrevimiento de defender a los humildes, de darles salud, vivienda, un código de trabajo, una universidad y con ello afectar los intereses de quienes los explotaban.
Al día siguiente de su llegada el periódico La Nación, publicó una nota, pequeña, escondida dentro del medio informando que “Un grupo de amigos fue a recibir al Ex Presidente Calderón Guardia que regresó al país”.
El Comité de Recibimiento como respuesta, mandó publicar un campo pagado en las páginas centrales del mismo diario. En ellas se mostraba una foto donde se veían los miles de miles de ciudadanos que asistieron al recibimiento, con una leyenda que decía: “Este es un aspecto del `grupo de amigos´que fuimos a recibir al Ex Presidente Calderón Guardia”.
La memoria de ese día está guardada en mi mente y mi corazón y con profundo orgullo la comparto con miles de compatriotas que vivieron junto al Reformador Social de Costa Rica, un momento trascendental y único de nuestra historia patria.