Nutricionista
Mi primer viaje fue en los años 70 a Orlando, Estados Unidos
He tenido la dicha y oportunidad de poder viajar durante toda mi vida; he conocido lugares extraordinarios e impresionantes, muchos de los cuales en su momento me marcaron de una u otra manera.
En cada etapa existe el recuerdo de uno o más viajes, desde en la infancia con mis papás y hermanas, en la adolescencia con amigos, hasta los viajes realizados últimamente, ahora con mi propia familia.
Y es que, conforme pasan los años nuestra visión de la vida va cambiando así como también cambian las cosas que más influyen en nuestra propia existencia.
¿Cómo olvidar los viajes en mi niñez a Disney World en Orlando, Estados Unidos? Aún recuerdo la emoción al escuchar las palabras de mi mamá cuando nos dijo a mí y a mis hermanas que íbamos a ir a conocer a Mickey Mouse! Esto unido a la primera vez de montarnos en un avión hizo que esta noticia desatara dentro de mí un sinfín de sentimientos: emoción, susto, alegría.
Pero nada se comparó con el hecho de estar en ese mágico lugar. Atrás quedaron los sustos y miedos cuando conocimos a Mickey, Minnie, Pluto, Goofy y demás personajes del mundo de Disney. El caminar por ese enorme parque de diversiones y ver a los personajes de las películas enfrente mío, poder tomarme fotos con ellos y jurar que Cenicienta de verdad vivía en el castillo, Peter Pan de verdad volaba y Mickey y Minnie de verdad eran mis amigos ¿Porqué sino porque me abrazaban con tanto cariño?
Este es uno de los viajes que marcó mi vida y de los que aún recuerdo, siendo Disney World uno de los lugares al que puedo volver y volver y nunca cansarme de él.
Adelantando unos años en mi existencia llegamos a la adolescencia y a un par de viajes que dejaron huella en mi vida, si bien los dos viajes fueron al mismo lugar las experiencias vividas fueron completamente diferentes. El lugar de destino de ambos viajes fue Israel, el primero fue a los 16 años y el segundo dos años después.
A los 16 años tuve el honor de representar a Costa Rica en el Concurso Bíblico Internacional realizado en la ciudad de Jerusalén, en Israel. Fue increíble visitar este maravilloso país de Norte a Sur y de Este a Oeste: Jerusalén, Tel Aviv, Eilat, Tiberias, Cesarea, el Río Jordán, el Mar Muerto, Haifa, y conectar todo lo que había estudiado y aprendido de la Biblia con los lugares físicos mencionados en ella. También fue parte de este viaje el reunirnos con el Presidente de Israel de ese entonces, con sobrevivientes del Holocausto, con soldados del ejército y con jóvenes israelíes de nuestra edad, lo que nos dio a mí y al resto de los más de 50 participantes de diferentes países del mundo, una visión más amplia de la realidad israelí y de la forma de vida en este país.
Este viaje afianzó más mi identidad judía y el sentido de pertenencia al pueblo judío, los cuales terminaron de solidificarse con el segundo viaje a Israel después de graduarme del colegio en Costa Rica.
Este segundo viaje a Israel tuvo una duración de casi un año en el cual viví en Jerusalén y luego en un Kibutz (comunidad agrícola) cerca de la ciudad de Netanya. Este viaje ha sido una de las experiencias más inolvidables de mi vida. No solo por la duración del mismo sino por la cantidad de experiencias vividas durante el mismo y el crecimiento como persona que tuve en este período.
Era la primera vez que tenía que “valerme por mí misma”, si bien amparada bajo un programa establecido, pero con la libertad de la que nunca había gozado. Conocí lugares nuevos y visité lugares ya conocidos. Conocí amigos nuevos con los que aún, más de 20 años después, aún mantengo comunicación.
Los viajes también pueden transportarnos al pasado, esto nos lleva a Marruecos, el siguiente viaje que quiero mencionar. Mi suegro nació en Marruecos, en una ciudad llamada Meknes, cuando tenía 13-14 años emigró a Israel solo, dejando atrás a su familia, a sus padres y hermanos; nunca más volvió a su país de nacimiento y nunca más volvió a ver la casa de su niñez, hasta 60 años después en un viaje al pasado en el que lo acompañamos mi suegra, mi esposo y yo.
En Marruecos estuvimos en lugares increíbles, bellísimos y se puede decir que en apariencia casi mágicos. Casablanca, Marrakech, Meknes, Rabat. Pasamos desde la nieve en las montañas hasta el desierto con sus camellos, desde grandes ciudades como Casablanca hasta ruinas del Imperio Romano en Volubilis, desde la visita a una de las mezquitas más grandes del mundo en Casablanca hasta pasar el servicio del viernes en la noche, Kabalat Shabat, en una de las únicas sinagogas en funcionamiento continuo desde 1492, establecida por judíos expulsados de España en la época de la Inquisición y desde ciudades con edificios modernos en Casablanca y Marrakech hasta las ciudades pequeñas, llamadas medinas de Rabat, Marrakech y Meknes.
Y es así en la Medina de Meknes en donde mi suegro se volvió a convertir en aquel niño de 13 años volviendo a su casa. l tiempo no pudo borrar de su memoria el camino hacia ella, pasando por callecitas angostas y a primera vista sin dirección alguna, pero con sentido para él. Siguiéndolo de forma cada vez más rápida hasta llegar a la puerta de su casa. Ver la emoción y los recuerdos reflejados en su rostro y las lágrimas brillando en sus ojos cuando al abrirse la puerta reconoció su casa tal cual la había dejado 60 años atrás.
Brinquemos unos cuantos años al viaje en donde me probé a mí misma y de paso también a mi esposo, que puedo salir victoriosa ante cualquier situación adversa. Este viaje fue a dos de las ciudades más románticas y bellas del mundo, París y Venecia.
París con sus grandes bulevares y avenidas, su arquitectura y edificios bien conservados, sus cafés con mesitas en las aceras en donde la gente se sienta a tomarse un café y ver pasar a los transeúntes, la elegancia de sus habitantes y por supuesto la Torre Eiffel, el museo del Louvre con su más famosa inquilina, la Mona Lisa, la Catedral de Notre-Dame, con su leyenda del jorobado, el río Sena, y el Palacio de Versalles.
Es acá con el Palacio de Versalles en donde la historia es no tan bella, pero victoriosa al final. Resulta que para visitarlo nos fuimos en el metro y teníamos que transferirnos al tren hacia Versalles. Mi esposo tenía los tiquetes para el tren, el dinero en euros y el único celular con cobertura internacional, además de ser el único de los dos que hablaba francés.
Todo iba perfecto hasta que ya en el vagón del metro, él decide salir un momento a comprarse un refresco de máquina con la muy mala suerte, para mí, de que en ese momento se cerraron las puertas del metro y yo quedé adentro y él quedó afuera. Solamente lo oí gritar “nos encontramos allá”. ¡Como encontrarnos allá si yo no tenía ni la menor idea de cómo llegar!
Después del susto, miedo y pánico inicial, llegué a la última estación de la línea del metro, que por cierto, no es en la que uno hace transferencia al tren a Versalles y después de tratar de que alguien me ayudara -los franceses no son muy amables con las personas que no hablan francés- logré dar con un alma caritativa que con un “medio” inglés me dirigió hacia el edificio central de la televisora francesa que se encuentra cerca de la estación del metro, en donde me aseguró que alguien ahí probablemente hablaba inglés.
Ya en la estación de televisión conseguí dar con una mujer que si hablaba inglés, que me ayudó a conseguir un taxi para que me llevara hasta Versalles, a 45 minutos de donde nos encontrábamos. Si ha leído hasta acá recordará que mencioné que los euros no los tenía yo, sino mi esposo. Pues para solucionar este problema y mientras llegaba el taxi tuve que salir a buscar un cajero automático de donde sacar euros. Lo encontré a cuatro cuadras de distancia. Volví a la estación en donde acababa de llegar el taxi.
Por fin, ya camino a Versalles con un taxista que solo francés hablaba. Llegando a Versalles me topé con otro problema:¿Cómo encontrar a mi esposo entre esa cantidad de gente y donde encontrarlo en ese lugar tan enorme, y recuerde, sin teléfono?
Pues vi que en la oficina del correo vendían tarjetas de teléfono para teléfonos públicos. ¡Todavía existen teléfonos públicos allá! Al llegar a la ventanilla justo me tocó el trabajador más malhumorado y entre él con su mal humor y yo con mi poco entendimiento del francés no fue nada fácil comprar una tarjeta de entre el montón de opciones que existían; por dicha la que escogí sirvió para llamar a mi esposo después de más de dos horas de habernos separado en el metro.
Resulta que no solo él no había llegado a Versalles todavía, ya venía de camino, sino que con “nos vemos allá” lo que realmente quería decir era “nos vemos en la siguiente estación” pero con el susto de verme a mi adentro y él afuera, eso fue lo que salió de su boca.
El final de la historia es que después de 3 horas logramos encontrarnos en la entrada de Versalles y pudimos disfrutar de este majestuoso palacio con sus increíbles jardines y su famosísimo Salón de los Espejos.
Finalmente a través de los años he podido viajar a diferentes lugares con mi esposo, mi hijo y mis dos hijastros. La belleza de estos viajes radica en las diferentes reacciones de los cinco a los mismos lugares visitados. Como una misma historia y un mismo lugar puede causar diferentes pensamientos en cada individuo.
El último viaje realizado en familia fue el pasado diciembre a Portugal, el cual a pesar de ser un país pequeño tiene muchísima historia que contar. Puede uno encontrar desde ruinas romanas, sinagogas antiguas, hasta monumentos de piedra de la prehistoria. Es acá en el área de Portugal en donde nuestros primos antepasados, los Neandertales desaparecieron de la faz de la tierra y en donde nuestra raza, el Homo Sapiens ganó la supremacía de la tierra.
En Portugal nos encontramos con el pasado del pueblo judío, en donde se dice que 25% de la población de Portugal hoy en día tiene sangre y ascendencia judía, en donde todavía existen los cripto-judíos y sus descendientes, aquellos judíos que al ser expulsados de España con la Inquisición y asentarse en Portugal, siguieron practicando la religión judía en secreto y adaptando sus costumbres a las costumbres de la tierra, pero sin nunca olvidar lo que realmente eran.
Ya ve, querido lector, el viajar le permite a uno no solamente conocer nuevos lugares, pero también nuevas historias, nuevas personas y también conocerse uno mismo.
No existe el mejor viaje de la vida, este depende de la etapa de la vida en la que se encuentra uno, con quién se encuentra o a veces el estar solo es lo que hace ese viaje especial, pero definitivamente hay que tratar cada viaje como si este fuera “el” mejor viaje de nuestras vidas.