Recopilación y Prefacio por Ernesto Adduci
Prefacio | Los Relatos
¿QUIEN RECIBIRA LA NOTICIA PRIMERO? Parte 1
Vivian Hütt
Mercadóloga
Mi primer viaje fue a Los Angeles en 1970
Cuando uno empieza a sentir cosquilleos en el estómago se imagina que es porque el amor ha llegado  ¿y cuántas veces puede llegar el amor?  Recuerdo la primera vez, tal vez tenía unos 13 o 14 años... Cuando lo veía llegar (porque estudiábamos inglés en la misma institución) me sentía imbécil, con “marisopitas” en el “estogamito”... como diría mi gemela.  Y así era... me volvía muda, seguro que se me notaba lo sonrojada que estaba y sentía aquél hueco en el estómago que se siente cuando uno está nervioso, pero no nervioso de cualquier cosa... no, ¡nervioso de estupidez por enamoramiento! Y pensar que apenas estaba iniciando la aventura, sí, a los 13 o 14... Bueno, no pasó a más, pues él era mucho más maduro que yo, tendría unos 16 o 17, ¡uhm, gran diferencia!  Pero en esas edades sí se nota.  Claro, yo lo veía como el hombre más guapo, inteligente, sensato, maduro e interesante.  Pero yo nunca fui más que su compañera de la clase de inglés. 

Ya después me lo volví a encontrar, y nada menos que en la fiesta de su matrimonio ¡Qué sorpresa la mía!  Nunca me imaginé que me afectaría verlo tantos años después, sobre todo porque ya yo había tomado mi camino, estaba casada y con dos hijos, pero aún así fue la misma sensación de vacío en el estómago como cuando tenía 13 o 14... Qué ironía, la vida me había puesto a cantar en su matrimonio la canción de los novios, porque habían decidido no bailar el tradicional vals, sino que prefirieron una canción romántica y yo fui quien canté para él... y para ella. Pues en ese entonces jugaba de cantante.   Bueno, ¡mi primera renuncia de amor!   Pero se sobrevive a esos tormentos cuando uno está “en pañales”.   Se cree que está toda la vida por delante y bueno, todavía la tengo, digamos...

Si, digamos que todavía tenga toda la vida por delante, pero estoy como en ese momento, renunciando nuevamente al amor.  Dicen que sólo se puede amar una vez en la vida, pero yo siempre difiero con los que piensan así.  Si así fuera, pobre de los humanos, ¿qué haríamos cada vez que sufrimos una decepción amorosa, o cómo nos repondríamos de la muerte de quien encarna nuestro amor eterno? 
Bueno, cada quien que piense como quiera, pero yo si he visto que se puede amar no solo a una persona y a veces le doy gracias a Dios por eso, pero en este momento no sé qué es lo mejor, pues no he sido el mejor ejemplo de felicidad por amor, o sea, mejor hubiera amado sólo una vez y sólo por un duelo hubiera tenido que pasar y no por este martirio que se ha repetido una y otra y otra vez.

Precisamente hoy estoy escribiendo esto pues estoy sin poder dormir por el desvelo que me deja mi más reciente amor... o... ¿desamor?  Prefiero no definir qué es, o qué fue... bueno, todavía no ha dejado de ser, pero va en ese rumbo, no porque yo quiera... Esta vez es más duro que renunciar al primer sentimiento de cosquilleo en el estómago... esta vez no sé si tendré el estómago para hacerlo, no sé si valdrá la pena hacerlo, no sé si quiero hacerlo, solo sé que debo hacerlo, aunque me arranque la vida por dentro y me sienta vacía, sin norte, ni ilusión de seguir más que por el amor a mis hijos, y la esperanza de que algún día lo nuestro podrá ser, libremente y sin remordimientos...  

Son lo más doloroso, los remordimientos que no dejan que fluya el sentimiento como merece  ¿merecerá fluir?  Si fluye, daña a otros y si no fluye, nos daña, al menos a mí y si me libero de él me muero, pero si lo reprimo me mata y si lo vivo me alimenta, pero para seguir alargando la agonía ¿Qué cómo llegué hasta aquí?   Todo por una canción...

¿Se acuerdan de una canción viejísima que decía  “la culpa fue del primer beso”?  Bueno, esa no fue.  En este caso no fue culpa del primer beso, sino de una canción que se repitió y se repitió mil veces mientras conversábamos y filosofábamos de la vida, del universo y de quién sabe qué más en una locación bastante extraña, pues el hotel había decidido deshacerse de “aquellos especímenes ruidosos” y en lugar de estar rodeados de lujos, estábamos en la libertad que un lote baldío puede ofrecer, con todo y vacas que compartían aquel festín. 

Buscábamos respuestas sobre temas sin fin y por eso nos dio el amanecer. Aparte, por supuesto, de la fiesta que nos teníamos con otros amigos que quién sabe qué se habían hecho para ese momento y la bendita canción que había sonado una y otra vez repetía frases como “amor sin dolor”, “quiero ser quien pueda hacerte feliz”, “quien pueda darte esperanza”, calando en nuestro inconsciente y despertando la confusión que se da entre dos amigos, de años, que  se dan cuenta que están frente al momento de cruzar la frontera hacia un sentimiento más fuerte entre hombre y mujer que la inocente e incondicional amistad. 

¡Qué susto!  Y como no soy persona de guardarme lo que pienso o siento, entre viento, silencio y destellos de un sol que nacía, decidí romper la incertidumbre y preguntar... También decidí no seguir hacia el hotel y el volante me entendió, y giró volviendo a donde estábamos. Su rostro mostraba un signo de interrogación más grande que todas mis inquietudes… no entendía por qué volvíamos a aquel lugar. 

¿Qué y cómo le preguntaba?  ¡Qué vergüenza! ¿Y si yo había malinterpretado las cosas?  Tal vez el borde lo estaba pasando solo yo y él solo estaba filosofando, no más que eso. Pero a pesar de todas esas ideas fugaces que cruzaban por mi mente martirizándome y a pesar de la timidez que me invade cuando siento el vacío en el estómago (por no decir la imbecilidad que se apodera de mí en momentos así) me atreví a preguntar “¿Soy yo, o ‘algo’ pasó diferente entre nosotros?”  ¡Qué terror escuchar la respuesta!  La verdad no me acuerdo bien exactamente lo que dijo, pero entre titubeos sí reconoció ese  “algo”, y luego fue él quien preguntó: “¿Pero qué te puedo ofrecer, yo en mi país y vos en el tuyo?  Bueno, pensé mejor no seguir, porque tal vez era una respuesta sutil para no herir mis sentimientos, entonces me permití huir y salirme dignamente diciendo: “Bueno, será mejor dejarlo para la próxima vida”  y entonces respondió: “Es tan fuerte que creo que viene de la anterior”. 

¡En ese momento sentí tantas cosas a la vez! Alivio porque no estaba alucinando y sí había un “algo” recíproco. Felicidad porque parecía que podía iniciarse algo especial.  La emoción más intensa que había sentido ante un hombre hasta ese momento de mi vida. Y tristeza, pues de alguna forma no estaba claro si él deseaba o no tener un amor de lejos, pues ya saben lo que dicen en esos casos. 

Entonces, ¿qué había pasado? ¿Teníamos o no algo para sentirme emocionada?  Eso mejor se lo dejaría al destino. En ese momento solo había tiempo de una despedida, corta, cortísima, pues ya venían por él y un “piquito” confirmó que si había habido un cambio entre nosotros.  Pero claro, quedó la gran incertidumbre de qué pasaría luego. La verdad qué importaba, si la emoción era tal que solo podía en mi camino a casa, un martes a las seis de la mañana, pensar en lo que había vivido esa madrugada... algo tan inesperado, tan sublime y tan incierto, pero tan intenso. 

Y así fue como comenzó todo… y hoy, 6 años después, debo arrancarme todo el amor que creció en mi durante todo este tiempo… y ya, se acabó aquí el cuento. 

No, no hablo en serio, no podría dejarlos con la historia a medias.  Pero si voy a dejar de escribir un rato, porque al poner que esta historia se había terminado, sentí mi alma retorcerse y nuevamente lágrimas empañaron mi vista y por supuesto, estoy escuchando esa canción que se convirtió en “nuestra canción”, ¡qué masoquista!

Casi un mes después retomé el valor para continuar con el masoquismo, y si les dijera que el tiempo ha sanado la herida, les miento, porque hoy estoy como el día del desvelo, pero esta vez son las 7 de la noche y no hay más que sentimiento al borde del precipicio. 

¿No se han puesto a pensar lo doloroso que es enfrentar una muerte de sentimiento?  Es más duro reponerse a eso que a una muerte física, pues en la segunda, el amor no murió, solo se dejó de recibir de la forma que conocemos, por la presencia de la otra persona y si se tiene fe, aún se percibirá, donde quiera que esté nuestro ser querido. La resignación llega para adormecer el sufrimiento y continuar viviendo, sabiéndonos amados desde “allá”. 

¿Pero, cuándo se muere el sentimiento? La pareja, o mejor dicho, la ex -pareja sigue viva... pero sin amor hacia vos... o viceversa. Ya no hay nada para entregar, estás muerta en vida...   y entonces sí hay un gran vacío... difícil de reponerse a eso ¿verdad?  Pero como dicen por ahí, nadie se ha muerto de amor y las historias se repetirán una y otra vez, pues no aprendemos por las experiencias de otros, por más que nos lo digan... Hasta que no lo vivimos, no lo entendemos.

Hace poco me volvió la ilusión, bueno a medias... me llamó... y 6 veces, pero yo no estaba... aaaaaaaaahhhhhhh ¡No se vale! Solo pude escuchar sus mensajes...  insistentes (al menos)… insistía para que le retornara la llamada.... (Suspiro y bien profundo...)  Bueno, sería que no me convenía... Creo que de alguna forma me sintió... sintió esas primeras cosas que les conté al principio, de una decisión de apartarme de su vida...  Es que no se lo he dicho, esa es la ventaja de vivir tan lejos, se puede desaparecer uno simplemente... 

¡Qué rico es llorar!  Se los recomiendo y decir las cosas mil veces también, ayuda a ver cada vez menos importante el hecho que nos atormenta, es como ir al psicólogo, hay que sacar lo que se tiene por dentro, solo así se sale adelante...  Bueno, pero como soy “masoquista” y ustedes también porque siguen aquí leyendo, quiero ver lo bonito de la historia, así que aquí voy contándoles cómo fue creciendo este amor.

Había quedado en que una despedida cortísima nos dejó ante un abismo de incertidumbre ¡Qué emoción! Había ahora que esperar las sorpresas del futuro.  ¿Sería un futuro cercano o lejano?  Bueno, gracias a Dios fue muy cercano, pues trabajábamos en la misma industria.  Recibí una invitación de la empresa enlace para ir a su país a presenciar los nuevos proyectos que tenía su división de trabajo.  Cuánta alegría en ese instante... me fui de inmediato para coordinar todos los detalles con quienes me estaban invitando, teniendo la excusa perfecta para hacer desde ahí, con ellos (no yo) la llamada casual. Era obviamente, sólo para plasmar sus observaciones en torno a su nuevo proyecto en mi columna de la revista para la cual colaboraba, pues el cierre de edición era antes del viaje. 

Cuando llegué a la empresa anfitriona, de inmediato me dieron muestra del material por salir al mercado y fue entonces cuando distinguí un par de temas que podrían ser de interés para mis lectores.  Así formulé las preguntas y solapadamente incluí un par que permitieran percibir un enfoque familiar, para conocer más de su profesión la que le exigía ausentarse del hogar por largos períodos ¿Entendieron mi propósito? Bien.

Y llegaba el momento de hacer la llamada… cómo quinceañera, de nuevo con “marisopitas en el estogamito”... pero dando una imagen muy profesional ante los ejecutivos de la compañía, claro, no tenían que notar nada.  Cuando me pasaron la llamada fui la mejor “actriz de la academia”. Como si no estuviera para nada nerviosa, formulé las preguntas y fue cuando el baldazo de agua fría me cayó apagando cualquier emoción... fue como si se rompiera un cristal.   Claro, ahora entendía porqué no podía ofrecerme nada, él en su país y yo en el mío...

Aún así, el viaje se dio y con otros colegas partí hacia su hermosa tierra.  No hubo contacto hasta después de la conferencia de prensa, pero eso queda para otro día.

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