Recopilación y Prefacio por Ernesto Adduci
Prefacio | Los Relatos
NOMADA

William Magee
Publicista y Músico.
Su primer viaje fue a Estados Unidos en 1991
Desde que damos el primer paso al aprender a caminar, desde el primer impulso que nos lleva a gatear; lo que nos lleva, lo que nos motiva e impulsa, es esa necesidad de movernos. Ver nuestro entorno desde otro ángulo, desde otra perspectiva... ampliar nuestro entendimiento y horizonte, fingir que somos alguien más  en otro espacio y otro momento; mirar al cielo y preguntarnos que más hay en cada punto cardinal. Muy profundo en nuestra genética, moléculas y átomos que nos piden movernos.
Si bien, mi memoria a menudo me juega bromas, hay momentos de mi formación que marcaron mi vida, momentos lúcidos cargados de conceptos que calaron aún más profundo. La que posiblemente en algún momento llegó a fascinarme de gran manera y casi a obsesionar, fue el concepto de nómada; y es que, de nuevo, algo en nuestros genes clama y grita ¡tierra!
Las responsabilidades, la cotidianidad, el compromiso, la desesperanza, el miedo… como sea que quiera llamar a los grilletes que lo sujetan a una vida sedentaria, va en contra de su ADN.

No acostumbro escribir, no creo que lo haga de manera entretenida, no considero que lo que yo piense sea relevante para otros y, aunque admiro quienes tienen esa facilidad, soy el primero en admitir que no tengo el don.
Escribo letras de canciones, sí, pero es diferente. Diferente porque la música le habla a uno y lo va guiando sobre qué líneas seguir, uno simplemente es un instrumento de esa energía que está circulando alrededor y cuando se presta suficiente atención se ve imprimiendo, transcribiendo y tomando forma lo que esta energía susurra. Escribir de las entrañas, solo porque sí… eso, es muy diferente.

Tengo un conflicto inmenso de qué escribir, de cómo abordar el tema; por un lado sobre una experiencia que siento me hizo sentir como un grano de arena en el universo, por otro lado pasar unos días que pueden ser lo más intenso y rico que he sentido en mi vida; ¿qué tienen en común? la ciudad: Nueva York. Yo sé: cliché si se quiere, pero, si quiere sentirse abrumado por su insignificancia y el sentirse uno con el mundo… este es el sitio.

Antes de ir a Nueva York ya había viajado solo un par de ocasiones a Florida donde mis tíos. Ellos, no tienen ninguna relación de consanguinidad con mi familia, el destino nos juntó, ellos nos adoptaron como familia y nosotros los adoptamos de regreso. Lo importante acá es que ellos, una pareja que nunca tuvo hijos, había andado la Ceca y la Meca y siempre nos contaban de sus experiencias en Liechtenstein, Aruba, Islas Caimán, rodaron varios países de Europa y viajaban con su característica valija forrada de calcomanías de sus destinos.

Su inquietud por el mundo siempre me pareció fascinante y con todo y todo, Costa Rica siempre era un destino recurrente de la pareja.

Regresando a Nueva York. La ciudad siempre me pareció glamorosa, lejana y vertiginosa… y ¡lo es!, pero nunca me imaginé caminando sus calles y tampoco pensé que me fuera a gustar del todo; se me hacía como un set de película eterno, parecido a la banda de panorama sin fin del video de “Shiny Happy People” de R.E.M. (sí, la misma que el anciano accionaba con la bicicleta estacionaria) y que posiblemente, la iba a encontrar vacía e insípida.

Justo hace unos días conversaba con compañeros de la oficina, acerca de la experiencia de encontrarse por primera vez con ella. Fue para Enero del 2010. Venía de pasar tres días en Dallas ya que estaba de visita en oficinas con las que colaboraba en ese entonces para un cliente de la empresa en que yo laboraba; y Nueva York era el segundo destino. Iba sin agenda de turista, meramente trabajo y sin mayor expectativa… cual autómata. Solo tenía algo en claro, yo consideraba Nueva York la capital de diversidad gastronómica y esperaba sacarle provecho a eso. Adicionalmente, lo único que me importaba era encontrar un local donde me encontrara algún concierto de alguna banda o artista relevante para mí. Ya desde que dejé Costa Rica, sabía que no había nada en gira… Invierno.

Llegué de noche y me tocó ver los colores de la puesta del sol en vuelo, como siempre fascinantes. Después de salir de retirar mi equipaje, llego donde se toman los taxis, cuando fui abordado por un turco o libanés, no recuerdo bien, que en casi perfecto inglés me ofrecía su servicio. Inicialmente rechacé su oferta, incluso ante la insistencia de que no me iba a ser fácil encontrar en ese momento taxi. Luego de dar un par de vueltas sin éxito, regresé y le pregunté si seguía disponible (efectivamente no había ni un alma) y después de su afirmación caminamos un corto trayecto hasta donde estaba parqueado su auto. Me confesó que no les permitían acercarse a las salidas de pasajeros, asumo que era un tipo de taxi pirata, y nos enrumbamos a Mid Manhattan desde el Aeropuerto La Guardia. De camino pregunto por qué no había taxis disponibles y me contesta que ya están al tanto de los horarios de llegada y que no se pierde el tiempo. La mayoría de taxistas merodean solo por un rato y prefieren dar prioridad al J.F. Kennedy que atiende vuelos internacionales en lugar de locales.

De camino me pidió permiso de pasar a hacer un mandado personal de camino y accedí. Después de unos 15 minutos entra a un barrio que se notaba era menos afortunado, aunque no bajo y al detenerse frente una casa, inmediatamente pensé: “hasta aquí me la prestaron”. Él se baja, se acerca a la puerta, veo un intercambio y regresa con una bolsa al carro; me mantengo en estado de tensión, él se monta al carro y de forma amable me comenta que recogía su comida… seguidamente el olor inunda el carro y doy un gran respiro.
Esa noche prácticamente llegué al hotel a lidiar con enredos de reservación, ya que decidieron cancelar por “no show” y ya no se podía cargar a la tarjeta corporativa inicialmente utilizada; obviamente yo no poseía tarjeta de la empresa y terminé utilizando mi tarjeta con el poco límite que en ese entonces poseía. Con mucha hambre caminé un par de cuadras a un tipo de “diner” y recuerdo haber comido un T-Bone y papas fritas. Afuera hacía un frío descomunal, pero no me preocupaba porque siempre me han gustado las bajas temperaturas.

Al día siguiente traté de salir temprano del hotel, pasé por un “minimarket” y compre un café frío embotellado y algo parecido a un sándwich mañanero. Caminé unas cuadras al norte, creo que recorro unas catorce calles antes de darme cuenta que debería regresar unas ocho para llegar a tiempo a la oficina que visitaba. Logro ver lo mínimo y es suficiente para emocionarme.
Durante el día lo único que esperaba era que fuera medio día para poder salir a almorzar y caminar aún más. Para mi desdicha había sesión de almuerzo trabajando y no pude escaparme, me encontraba comiendo un insípido “wrap” de pavo en lugar de probar algo nuevo en alguna acera o negocio de venta de comida no-tradicional-americana o al menos algo menos “catering”. Así que con más ansias esperaba el momento de salida para caminar, solo pensaba en eso: caminar. Y es que, en mi opinión, si se quiere conocer un lugar se debe caminar, se debe preguntar, se debe perder y re-encontrar. Es parte de la exploración y del encanto de conocer un lugar nuevo.

Hora de salida y veo que nadie se mueve de sus asientos… ok, pasan quince, veinticinco minutos y todos siguen con el trasero engomado a la silla y afuera de las paredes del edificio el día se extingue… Pido disculpas del caso, me levanto y uno de mis contrapartes me pregunta si era mi primera vez en Nueva York, a lo que respondo que sí y seguidamente en un cuasi-lamento, alimentado por su extravagante personalidad, me dijo: we need to fix that! - go-go-go-go!, you need to be out having fun! (¡necesitamos arreglar eso! - ¡ve-ve-ve!, ¡necesitas estar afuera divirtiéndote!) Esto mientras agitaba sus manos como echándome. Seguidamente la mirada escéptica acompañado de arqueamientos de ceja al ver que lo que me protegía del frío y ayudaba a mantenerme caliente era una “jacket” normal (apenas para un frío josefino decembrino) y un bulto con mi laptop en mi espalda ¿Eso es todo lo que andas? ¡Eso es todo lo que ocupo!

Camino un par de calles y caigo en cuenta que estoy cruzando la calle del edificio “Flat Iron”, vuelvo la mirada a un lado mío y noto en la vidriera de un establecimiento una foto de Anthony Bourdain… levanto la mirada al rótulo y estoy frente de Heisenberg’s Deli (destacado por el mismo Bourdain). Veo la fila para entrar y decido sacrificar la estación culinaria por conocer un poco la ciudad. Esa tarde y noche traté de ver todo lo que podía llenar mis córneas de droga visual: arquitectura, graffiti, posters, escuchar la sirenas, indigencia… todo muy rico para mi cerebro. Esa noche caminé por partes prolijas y bien mantenidas, también procuré caminar por callejones y calles que no se veían tan bien. Todo parte de vivir las entrañas y sentir las palpitaciones de la ciudad  y es curioso, pero en ningún momento me sentí inseguro, si algo, podría decir que hasta más seguro que en muchas partes de la capital de mi país.

A mí por dicha eso del sentido de orientación se me da bien. Iba sin mapa y sin GPS, solamente con lo poco que había descubierto en internet durante el día, además de los momentos que lograba encontrar un McDonald's o algún otro establecimiento en que pudiera tomar unos minutos de wi-fi, para verificar que estuviera bien encaminado. Sigo mi rumbo y me encuentro el Museo de Artes Modernas (MOMA) y entro. No me importa que se expone, solo entro. Sé que es algo nuevo, enriquecedor y que posiblemente no tenga acceso a ver en mi tierra. Para mi grata sorpresa está una exposición de Tim Burton y fue espectacular ver obras inéditas, cortos que no han visto la luz de manera comercial y “props” de sus obras. Después del MOMA, seguí caminando. 

Seguí caminando y ya no me importaba por qué calle andaba y no me fijaba si se veía seguro o no, simplemente seguía mi rumbo desconocido.

Regresando al hotel pasé por Bravo Pizza, cerca de la Biblioteca Pública, y me comí un par de “slices” y una (o dos) Sam Adams como Dios manda… podía ser cerca de las 2:00 a.m. y me quedaban aún unas cuadras por recorrer de regreso pero me sentía realizado y era suficiente por la noche. Retomo mi rumbo y pasa el momento que creo que me hizo reflexionar sobre toda la aventura:

Voy caminando y me parece entretenido apuntar la cámara a mi casa y grabar mi cara de asombro mientras camino al mejor estilo “candid-selfie-video” con una cámara “point and shoot” Canon de las viejitas. Camino inadvertido y se me acerca un sujeto joven el cual segundos antes, apenas percibo que viene igual que yo, maravillado mirando en todas direcciones como cualquier otro turista (de nuevo, al igual que yo). Él se detiene frente a mí y me dice: ¿No es esto grandioso... todo esto? Lo dice mientras sus manos hacen semicírculos en el aire y su mirada se dispara y rebota entre los edificios. Mi primer pensamiento es: “ok, un desconocido me dirige la palabra” e inmediatamente interrumpe mis pensamientos con un: “¡Tómeme una foto!” Lo dice de manera cortés, pero efusiva; el sujeto se acomoda su ropa y se toca la cabellera (para asegurarse que la tiene en sitio) y asume una pose. Yo me quedo frío y le pido que repita lo que dijo… no porque no le escuchara o entendiera, pero porque mi cabeza no procesaba lo que sucedía “¡Tómeme una foto, por favor!” repite amablemente. Tardo un segundo en pasar de modo vídeo  a foto mientras le explico lo que hago y reinicia el ritual: ropa, pelo, pose; tomo un par de fotos y le hago un gesto que “listo, ya las tomé”. Entiende y me pregunta nuevamente: ¿No es esto genial? A lo cual simplemente respondo - ¡Lo es!, seguidamente me pregunta que de dónde soy y le respondo que de Costa Rica… América Central, y responde: “¡Sí, sí, Costa Rica… hermoso! Yo soy de Canadá, soy Nativo Americano, es mi primera vez aquí… ¿No es grandioso, todo esto?” mientras nuevamente mira a sus alrededores... yo simplemente asiento con mi cabeza y repito: ¡sí, es grandioso! Me pregunta mi nombre, le preguntó el suyo y nos despedimos amablemente.

Una sensación interesante me dejó esa experiencia, y es que me hizo pensar en lo insignificante que somos en el universo y aún así un detalle pequeño puede hacer alguien feliz. El sujeto no me estaba pidiendo nada material, me estaba pidiendo que le tomara una foto; que tampoco me pidió se la enviara, es más, ni siquiera me pidió verla. Él me estaba ofreciendo un lazo por unos segundos, no sé si por soledad o por regocijo de algún logro que había tenido. Fueron escasos dos minutos, pero al día de hoy recuerdo el momento y recuerdo su cara y aún me intriga. 

Sigo mi camino y encuentro un Dunkin Donuts y aunque aún estoy lleno de la pizza, me convenzo que debo probarlo ya que estoy ahí, así que entro y ordeno una dona y un café. Casualmente hay un policía comiendo un café y dona cumpliendo a cabalidad el estereotipo popular.

Esa madrugada duermo un par de horas, listo para la jornada siguiente de trabajo. Mis piernas me matan del dolor.

Parte de lo que me ilusionaba ir a New York era que con suerte veía nieve. Lo sé, no siempre es tan glamoroso como lo pinta el cine o la TV, luego se convierte en un infierno, pero ese primer encuentro debe ser mágico; en mis adentros pienso: “estamos en Enero y cerca de terminar el invierno... tengo que ver nieve”. Me despierto temprano. De nuevo solo dormí un par de horas porque quiero aprovechar antes de ir a la oficina, camino algunas calles en otra dirección diferente a la del día anterior y únicamente logro ver una pequeña acumulación de nieve en dos partes: el jardín cercado de una iglesia, la cual estaba cercada y la base de un árbol aledaño el cual no invitaba a siquiera tocar.  Caían unas hojuelas pero no lo suficiente para que se acumularan.

Ese día logré zafarme al mediodía y almuerzo en la calle dos shawarmas: uno de falafel y uno de cordero. Era la primera vez que consumía comida Árabe/Libanesa. No puedo explicar la sensación de placer que me causó ese almuerzo, esos sabores y esa exquisitez. Adicionalmente decidí tomar un almuerzo extendido y caminar aún más. Afortunadamente para mí a media tarde uno de mis contrapartes tiene la cortesía de decirme que debía salir a conocer más, así que me dijo que tomara la tarde y vagara. No tardé mucho en seguir su consejo y quedamos en que yo regresaría al final de la jornada para ir por unas cervezas a un lugar “cool”.   

Regresé al punto de reunión con mis contrapartes y de inmediato salimos. Preguntaron si ya me había montado en el metro y se asombraron al responderles que no. Así que, aún cuando nuestro destino estaba a algunas calles de distancia, tomamos el metro. Viernes, hora pico. Ver esa cantidad de personas moviéndose como un enjambre a velocidad vertiginosa durante las paradas fue algo diferente.

Fuimos al lugar que mencionaron, comimos unos bocadillos y un par de cervezas en das boot. Yo tenía ya planes para esa noche así que no estuvimos por mucho tiempo, nos despedimos y me enrumbé, esta vez solo, por el subterráneo en dirección al Astor Place Theatre. Ya que mi búsqueda por algún concierto no tuvo éxito, recordé dos shows que aunque no eran de bandas musicales per-se, tenían música como  parte de la puesta: STOMP! y Blue Man Group. Al tener únicamente la noche del viernes como adicional antes de regresar, me decidí por BMG. Debo decir que es una de las experiencias sensoriales más exquisitas y estimulantes que he presenciado: la creatividad que desbordan en cada acto, la experiencia sónica y visual es simplemente avasalladora. $80 bien invertidos centavo a centavo en excitación de los sentidos.

Al salir solo tenía una cosa en mente y era caminar, aunque ya sentía que en cualquier momento se me desprendían las piernas. Así que sin tener una remota idea en que dirección iba, merodeé unas cuantas calles y me encontré un Starbucks y aunque no era algo tan conocido por estos rumbos, lo recordaba de mis clases de Marketing. Entré y me tomé un café saborizado de esos que cuesta repetir en orden correcto los conceptos. Porque, estamos de acuerdo, ¿no?; lo que no se consume es café, sino más bien una bebida aromática a base de café. Estuve un buen rato viendo la fauna que ahí se encontraba y pseudo analizando en mi cabeza los perfiles de los presentes. Luego de un rato recordé que tenían wi-fi, así que aproveché para re-ubicarme.

Decidí que ya era buena hora para regresar, ya que me quedaban maletas por hacer y debía madrugar. De camino pasé por el Museum Of Sex y estuve poco rato, no vi nada relevante pero me pareció interesante el concepto. Nada que no se esperaría de la ciudad.

Durante mi corta estancia de dos días, no visité ninguno de los edificios icónicos con plataforma de observación. Quería que mi primer contacto fuera tan cerca del suelo como me fuera posible.

Como mencioné al principio Nueva York no era una ciudad que me llamara tanto la atención y nunca había escuchado el término “The City That Never Sleeps”. Curiosamente, recuerdo haber empezado un texto, mientras estaba ahí, en el cual esperaba contar un poco de la experiencia en un ejercicio meramente personal y recuerdo que lo titulé de esa forma, ya que una de las noches que divagué por sus calles pensé precisamente eso: esta ciudad nunca se detiene, esta ciudad nunca duerme.

New York siempre me ha tratado bien. He tenido oportunidad de visitarla tres veces, dos por trabajo y una de vacaciones; y nunca deja de maravillarme y sorprenderme. Incluso las calles que he recorrido en las tres ocasiones; es como esas películas  que cada vez que uno las ve, le encuentra algo nuevo.

Siempre algo nuevo que ofrecer: los colores del otoño; presenciar una nevada y conocer nieve por primera vez; encontrarme con un gran amigo, hablar por horas y luego disfrutar de un intenso jam de Jazz en un club clandestino; perderme en la multitud y ser un grano de arena más en el universo, escuchar tanto talento en sus calles y subterráneos; recordar a mi viejo y que lágrimas me bajen por las mejillas mientras escuchaba gaitas en una acera.

¿Qué me dejó de enseñanza ese primer encuentro?
Primero, que dormir no es relevante: de verdad. Dormir no es relevante y menos si es un viaje de negocios donde va a estar comprometido por tiempo prolongado. Dormir lo puede hacer en su casa al regreso. Segundo, infórmese que hay alrededor de donde usted va a quedarse y planee hacer tanta actividad como pueda. Tercero, si quiere conocer, lo mejor que puede hacer es caminar, perderse, hablar con desconocidos y como dice el proverbio: “When in Rome, do as the Romans”, o haga lo que los locales hacen. Si le cuesta orientarse, consígase un mapa.

Para alguien que le teme a las alturas y en consecuencia volar, viajar constituye un reto, pero sobre todo un manifiesto de libertad, rebelde y de despojo. Viajar transforma, extiende los horizontes de cualquier individuo, el conocimiento, la tolerancia; lo hace cuestionarse lo que realmente es importante, en la medida que uno lo permita.

Termino de escribir mientras sorbo un Old Fashioned y mientras lo hago en mi cabeza escucho la voz de Anthony Bourdain narrando lo que escribo, con su característico tono que se mece entre la ironía y añoranza, con la esperanza de algún día tener la determinación (y el dinero (y los huevos)), de mandar todo al carajo e irme a rodar mundo. Quien se ha tatuado conoce esa sed y esa desesperada ansiedad de: ¿Cuándo es la próxima dosis, cuando va a ser la próxima vez?

"Una vez hayas probado el vuelo siempre caminarás por la Tierra con la vista mirando al Cielo, porque ya has estado allí y allí siempre desearás volver."
- Leonardo da Vinci

¡Salud!

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