Recopilación y Prefacio por Ernesto Adduci
Prefacio | Los Relatos
PREFACIO
Mi nombre es Ernesto Adduci. Soy hijo de un inmigrante. Si mi padre no hubiera decidido viajar por primera vez en su vida, yo no habría nacido.

Mi padre murió hace sólo unos meses, dejó a su esposa de más de cincuenta años, a mí, su único hijo y un nieto a quien adoraba. Aparte de dejarnos en este mundo, nos dejó muchas enseñanzas, a veces sin querer, entre ellas lo importante que son los viajes.

Vivo en Estados Unidos, así que luego de su muerte he tenido que viajar un par de veces a Costa Rica a arreglar cosas legales y financieras, las cuales no deseo a nadie. Pasé mucho tiempo en instituciones del gobierno. En una de ellas tuve que pasar alrededor de ocho horas en una sala de espera rodeado de adultos mayores y sus acompañantes. Gente buena, humilde, ticos.

No soy de mucho socializar, soy más bien un tipo privado, pero en ocho horas hay que hablar con alguien. Aparte iba con mi madre, que le habla a un muerto. Imaginarán que tuvimos muchas conversaciones, tantas como minutos pasamos en tan “acogedora” sala. Muchas de esas charlas se dieron porque mamá les contaba a sus interlocutores mi historia; que vivía en Estados Unidos, en lo que trabajaba, etcétera. Las cosas y la forma en que las madres hablan de uno. Esto me ha pasado muchas veces y creo que a usted también debe haberle pasado. Nada raro hasta aquí.

Las respuestas a mi historia eran más o menos consistentes, las mismas de siempre. La gente hablaba sobre como imaginaban el lugar lejano donde yo vivía y contaban experiencias de otra gente que conocían, que viajaba o vivía fuera el país. Lo que me impactó esta vez fue la situación de todos los viejitos que compartían con nosotros en la sala: ninguno había viajado. Nunca en su vida. Ninguno. Eran muchos. Debo imaginar que a esta altura del partido ya ninguno iba a viajar.

Me es muy difícil imaginar cómo será el vivir sin conocer otra tierra. Cualquier tierra, desde nuestras vecinas Panamá o Nicaragua, hasta Nueva Zelanda, el lugar más lejano en que he estado. Todo lo que he aprendido con el tiempo y las interacciones en estos lugares, muchas veces solo mirando, solo caminando por ahí. Ninguna de estas personas iba a experimentar nada de esto. 

Aunque me pareció una tragedia, luego de la octava hora logramos conseguir el papel que necesitábamos y la mente se fue a ese lugar feliz donde se va cuando uno puede salir a mirar el sol que bañaba Alajuela esa tarde. No pensé mucho más en eso.

Al día siguiente tomé un avión más, esta vez con destino a Nueva York. Iba a un entrenamiento sobre el ser digital, crecimiento personal, redes sociales, ya saben. Fue un buen entrenamiento, realmente me sorprendió. Aprendí muchas cosas, pero lo que más se quedó conmigo y lo que decidí accionar casi de inmediato fue el tratar de mejorar mi red, específicamente la conversación en mi red.

Una red se hace de personas y las personas conversan sobre lo que quieren, pero sobre todo responden o reaccionan sobre lo que les hablan. Si a la gente le presentan imágenes de gatitos, pues hablaran sobre el gatito. Si les presentan mensajes de autoayuda, pues algo harán con eso. Sin embargo, después de mirar al gatito o leer varias veces la frase de Coelho, hay gente que decide que eso no es para ellos y pasan a decir que Facebook no sirve para nada o que Twitter es una basura. Eso no es correcto. Realmente lo que ellos observan es que su red dentro de Facebook o Twitter es una basura o no sirve para nada. En vez de tratar de cambiarla para hacerla mejor, simplemente la abandonan.

Yo decidí tratar de hacerla mejor.

Al comenzar a maquinar cómo hacerlo, dos pensamientos vinieron de inmediato a mi cabeza: lo que hiciera tendría que ayudar a Costa Rica y debería involucrar mis “amigos” de redes sociales. Lo segundo era más fácil, pero lo primero es un pensamiento cargado.

Yo quiero mucho a mi país. Ya saben: “Familia, Patria, equipo de futbol”. Sin embargo yo dejé mi país hace ya quince años y hay gente que cuestiona la lealtad a la Patria. Yo termino ese debate aquí mismo: Yo amo a Costa Rica. Quiero que sea mejor, todos los días. La extraño y he enseñado a mi hijo a extrañarla. Como tal enamorado de mi país y de su gente, me propuse traer algo de mi experiencia, de lo que creo me ha hecho un hombre de bien –en la medida de lo posible- a todos los ticos. Les decía, es un pensamiento cargado.

Después de 43 años de vivir en este mundo, puedo decir que nada ha tenido más impacto en lo que hoy soy, que las enseñanzas de mis padres y lo que he aprendido estando de viaje. Por supuesto, en ese preciso instante pensé en aquellos adultos mayores y sus acompañantes que en una sala de espera me dejaron ver que nunca tendrían la posibilidad de aprender viajando.

A ellos tal vez no se les pueda ayudar ya, pero a las generaciones que vienen sí.

¿Por qué entonces no usar la red, mi red, para inspirarlos a viajar? Inculcarles las ganas de que aprendan viajando, que sientan lo que es volar, de que vivan diferente, que experimenten el “entrar a ciudades de otro siglo y abrazar el aire con sus manos nuevas”. Lo dijo Fidel Gamboa, un hombre más sabio que yo.

Así nació “25 Aviones”. Como una herramienta para inculcar en el costarricense las ganas de empezar un viaje, ese que algún día lo podrá transformar. Si pedimos mucho, transformarlo en una mejor persona, con un punto de vista diferente, con nuevas herramientas ante una conversación, con memorias de lugares que sus antepasados tal vez nunca conocieron.

Así comenzamos a recopilar historias. Muchos amigos quisieron colaborar de inmediato, otro tanto declinó la invitación, algunos ni siquiera la tomaron en cuenta. Nada es sorpresivo, son redes sociales y puede pasar cualquier cosa. Amigos muy cercanos pueden decir que no y desconocidos pueden colgarse en el viaje, porque el proyecto les pareció ser para ellos. Así ocurrió.

Recopilamos lindas historias, de amor y guerra, de viajes a la vuelta de la esquina y a otros países muy lejanos, de aprendizaje y agradecimiento; escritas por jóvenes y viejos, hombres y mujeres. Al final, todas tenían algo en común: Cambio. De una u otra forma todos estos viajes transformaron a mis amigos, los ayudaron a construir lo que son hoy. A veces hasta cambiaron un país.

El objetivo se cumplió. Más que un lindo compendio de historias de veinticinco personas, les presento un documento que puede cambiar su vida. Si usted nunca ha viajado, este puede ser el puntillazo que necesita para ahorrar un poco e ir a ese destino que lo ha llamado durante un tiempo. A esforzarse en hacer su sueño realidad.

La belleza de los seres humanos es que podemos hacer lo que queramos. Siempre. Espero que en estos testimonios encuentre un amigo que le diga “¡si podes viejo!”, como siempre me lo dijo mi padre.

Está en usted encontrar su avión.

 

Ernesto Adduci

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